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en cabeza de los tres o cuatro competidores mundiales. La segunda causa la forman su poderío y sus dispositivos militares. Lo militar llega en nuestros tiempos al frenesí, por eso mismo que se reviste de racionabilidad, interés y honor, de ideales de paz, conservación y renovación, de fuerza en continua vela, de poder suasorio del bien y disuasorio del mal. Lo militar no es solo un poder; es una categoría ética, global y casi metafísica: destino calculado. Estados Unidos practica a máxi– mo nivel de intensidad y extensión tal estrategia, como lo planean, intentan y pretenden igualar sus enemigos y sus competidores, que también los tienen entre sus aliados. Este potencial estratégico, fundado imprescindiblemente en su caudal económico, es a la vez causa principal y manifestación de su fisonomía de Estados Unidos, así como lo es de sus antinomias morales y espirituales. El modo y nivel de vida norteamericanos, con tendencia a extenderse doquiera, es parte substancial y visible del interés por lo yanqui. El sistema estandardizado del vivir norteamericano comprende elementos muy heterogéneos, usos y costumbres en todas las manifestaciones de la vida que llegan a constituir una manera de civilización y una filosofía de la existencia y de la praxis de nuestra época. Alimentos, vestidos, vivienda, educación, diversiones, espectáculos, higiene, deportes, publicidad, tiendas, restaurantes, distribución de oficinas y ciudades, luminotecnia, dispositivos del hogar, cafeterías, comercialización del dinero, piezas y extras para la vida y costumbres de los automóviles, confortabilidad inquietante, salud y nervios; y consumismo en todo su apogeo. Se pueden exceptuar sus templos quizá, en los que las formas de culto, piedad y arquitectura no andan muy por delante ni tan representativamente como en otros paises de la cristian– dad, aunque sus incontables confesiones y cultos ofrecen un abanico inmen– so de alternativas. Todo esto tan sumario, va llegando de hecho a una inter– pretación del ser humano que caracteriza a la civilización con resonancias en la cultura, en la técnica y en las comunicaciones. El resultado es el hom– bre de la información, activo y pasivo. Norteamérica es especial circunstancia nuestra. Vivimos, en gran parte, en función de ella. Si para nosotros es una circunstancia importante, para ellos, los yanquis, es substancia, bloque total, solidez. La mezcla de estas dos posiciones sensibilizan el americanismo de nuestro tiempo, en cuanto occidentales. En el mismo ámbito de ligereza que llevan consigo los juicios sintéticos y el apasionamiento, cabría formular esta antítesis, no sin cierto escándalo enunciativo; yanquismo-comunismo. En profundidades más espirituales pudieran tener más puntos de coin– cidencia de las que se imaginan, por ejemplo; seducción y peligros futuristas, elementos que facilmente perviven y se convierten en utopías. Hay que añadir otra razón, entre las muchas que pudieran contarse sobre el interés de Estados Unidos en nuestra sociedad. Esa razón es la juventud. La circunstancia temporal histórica de Estados Unidos acontece en sincronía con su juventud: juventud como nación y juventud de 410
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