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una de esas tarjetas «inspiracionales» que se dedican al Padre: ¡Dios le bendiga, padre! por ser no solo su siervo, sino también un hombre !ino, que es fuente de inspiración para los demás. Y de manera poética, penetrada del sentido de la naturaleza en las mañanas, la poetisa Lee McAuley, indica levemente el fulgor del sacerdot oficiante de todos los días. He aquí su «reverencia». Amanece. Las aves armonizan el paisaje. Suben y bajan en los revelos de sus curvas chillonas y acariciantes. El sol, tímido, está aún envuelto en su sábana perla. Pero ya va irisando sus pasos hacia el día, desprendiéndose de la noche. Brillan prismas cristalinos, escarlata en minutos. Se estrena la mañana estallante de luz divina. Y tú, padre, también, así, día a día, en cada nueva aurora que se levanta sobre tu sagrada cabeza. En alusión mística, solar, eucarística, se dirige de nuevo al «padre» Envuelve, brilla blanquea y enciende. Es el levante del sol. En un momento lo transfigura todo, seguro y exigente en la naturaleza matutina. Las aves saltan a su venida. El aliento del lago se ondula, y sensitiva realidad enerva enroscando un solo cabello en el dedo del alma. 401
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