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Hacedme el favor de rezar todos los días por este vuestro amigo, el último entre los Ungidos de Dios. ¡Gracias! El «pathos» sacerdotal, bien en su celibato o en cualquier otra situación de su vida, ocurre siempre, ya que la esencia y circunstancias de su destino son únicas y trascendentes. Diversos movimientos pueden confluir en la dejación de la situación eclesiástica, y más especialmente, en el cuadro del ecumenismo, la secularización y la liberación feminista. Es obvio que tales apartamientos pueden tener lugar, y siempre por razones personales. En cualquier caso, siempre sigue habiendo una referencia entrañable a una verdad real, más bien a una Persona: Cristo. Un teólogo sacerdote católico, perseverante y bien afirmado en su estado de ideal y vocación, y muy en cir– cunstancias típicas yanquis, meditaba así: Yo he encontrado a Cristo. Pero el hecho de que mi colega luterano lo encuentre a El en su fe luterana, y que mi amigo ateo lo pueda encontrar implícitamente en su carencia de fe, es de no demasiada significancia para mi. No dudo que hombres como Charles Davis, no sólo siguieron su conciencia al dejar la iglesia, sino que también pueden haber hallado una vida más humana para ellos, una mayor madurez, y así encontrar a Cristo menos conturbadamente en algún implícito nivel. Pero encuentro muy difícil de creer que, para hombres que han dado ese paso, Cristo permanezca a nivel explicito y consciente siendo el centro y la plenitud de la vida, como antes. Afirmo esto en parte por mi entendimiento del hombre en cuanto formado por su historia y su comunidad, ahí donde se encuentra a sí mismo, a los demás y, en consecuencia, a Cristo. Pero lo digo también por mi conoci– miento y trato personales con personas que han dejado su sacer– docio e incluso la iglesia católica, apoyándose en que Cristo, no se realizaba plenamente en ella. Mi experiencia es limitada, y es dificil valorar. Pero tengo la impresión de que la realidad de Cristo se ha empalidecido y desdibujado, y se ha movido antes hacia la periferia de las vidas de estas personas. En concreto, hemos de hacer constar que el pueblo estadounidense, en general, y de manera extraordinaria sus gentes judeo-cristianas poseen in– terés y estima muy altos de las profesiones ministeriales, con celibato o sin él. En todos los aspectos de su vida práctica, tanto en las leyes y costumbres, como en la conducta civil y educada, practican el respeto hacia las personas en contacto con lo divino. Lo más perceptible y digno de notarse fácilmente son el honor y la alegría que acompañan estas relaciones normales religiosas y ciudadanas. Quizá esta actitud y su razón se echan de ver sencillamente en 400

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