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En 1965, cuando yo estaba en Georgetown, apareció en «The New Times» un artículo sobre la posibilidad de algún cambio en la Iglesia con relación al celibato. Mi padre leyó el artículo y me habló acerca de él por teléfono. Quería saber si esa noticia me afectaría. Recuerdo que le contesté bromeando: «No te preocupes, papá. Ya tengo bastantes problemas sin casarme». En breve, por entonces mi problema no era con el celibato. Era con la obediencia. A pesar de todo, yo tenía un sentimiento cre– ciente de una misión personal, de asimilarme a Cristo y de hacer morir en mí aquello mismo que quería apartarme de la cruz de la soledad y de la hiel y el vinagre de la contradicción. La experiencia, insistentemente convivida con Cristo por el sacerdote, parece seguir como un amor activo y profundo, como un amor circunstan– cialmente hibernizado. A tanto llega su profesionalidad. Dios es su «tópico», su negocio, su ideal y su cotidianidad, a veces rutinaria, por eso mismo que es profesional. El sacerdote se ha graduado en lo divino, y ha llegado ahí por grados de estudio, de experiencia, de testimonios dados y recibidos por parte de sus hermanos hasta convertirse, por facultad humilde y gloriosa, en «doctor de Divinidad». Más sencillamente, su peripecia humana, nos la resume el referido Terence Natter: Sigo pensando que una de las glorias del sacerdocio católico, consiste en que la mayoría de sus hombres viven en celibato por una elección continua, y no por falta de poder interior para querer a la mujer. MAXI-SACERDOTES Y MINI-SACERDOTES Los católicos de Estados Unidos hablan y oyen hablar, piensan y escriben sobre progresistas y tradicionalistas, liberales y conservadores, iglesia-fermento e iglesia-baluarte, como ocurre en todos los medios cris– tianos del mundo donde, afortunadamente corno fenómeno mundial, se ventilan libre y profusamente las incidencias religiosas de estos tiempos postcociliares. Podría hacerse notar, sin embargo, una diferencia. Hay menos acrimonia, menos sobresalto en las controversias y más confianza en que las cosas se van a arreglar con su propio acontecer «bajo Dios». Ello es debido en Estados Unidos, a muy diversas e importantes causas, entre las cuales, hay que mencionar una: la capacidad indefinida que tiene este país para incorporar y hacer fructíferas las contradicciones y los más finos matices del pensamiento y de la acción. Podría sentenciarse que eso es frivolidad, que no toma en serio, por falta de tiempo o de interés, los pro– blemas, en este caso, espirituales. Nada de eso. Por lo mismo que son cues- 397

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