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sacerdotes que dejaron su situación sacerdotal, al vivir situaciones conflic– tivas, ya resueltas, para adoptar otro rumbo con el otro amor, el amor a la mujer, y también otros amores menos identificados, como el de la simple libertad, por ejemplo. Las historias de estos sacerdotes quienes han tenido ya tiempo de asentarse en su nueva situación, ha sido calificadas de in– genuas y candorosas. Lo suele ser toda historia de intimidad, sobre todo si es de amor. Sus relatos pueden haber causado sonrisas y bromas, y desde luego anatemas, ante esas actitudes calificadas de «brotes sentimientales o romantización adolescente del amor». Pero prescindiendo ahora del caudal de perenne adolescencia que los ministros de Dios pueden atesorar años y años, no hay razón para no ver en los aludidos relatos algo más frío y serio, algo importante para la iglesia y para la comprensión de lo humano. Mejor será tomarlo ni a la ligera ni a la tremenda. El hecho es que para uno de estos sacerdotes, John O'Brien, según cuenta, se le plantea, en primer lugar, «el orden de los amores». Y lo hace constar en un trozo de papel: «Primero, Dios; segundo, su Iglesia; tercero, el sacerdocio; cuarto, mi congregación; -era religioso- y quinto, Eva». Sigue el catálogo de sus otros sentimientos y relaciones: parientes, amigos, deportes, alimentación, diversiones y descanso. Es curioso cons– tatar el trastrueque que en su espíritu fue experimentado ese ordenamiento lineal de amores. El conflicto estaba en que Dios se le presentaba «de alguna manera como una Persona, la Persona más impor– tante; pero más bien como una reflexión filosófica que como un ser vivo, real, que respira, piensa y reacciona». No deja de extrañar fuera de Estados Unidos, este último concepto acerca de Dios por parte de un sacerdote católico, a quien el amor a Dios sigue trabajando aún después de dejar su ejercicio ministerial. Es bien significativo que en la misma ceremonia de su matrimonio autorizado ya por Roma, recuerda vivamente su poder soslayado de consagrar y distribuir la Eucaristía: Me sobresalté al ver el cáliz de la Preciosa Sangre que se nos repartía, como ya estaba permitido, junto con el Cuerpo de Cristo en la Hostia. No había pensado en que ya era normal. Y sumí la sangre redentora de Cristo, aunque yo no la había con– sagrado; cosa que yo había hecho exactamente 5.303 veces. Como detalle humano y con su inconsecuencia reconocida, otro de estos sacerdotes, Terence Netter, recuerda un telefonazo de su padre: 396

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