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Así podemos recordar el «americanismo» denunciado en 1899 por el Papa León XII. Dejando de lado ahora su significación teológica, como fenómeno histórico el americanismo confirma una vez más el proceso subyugante de la americanización de los inmigrantes, aún en el campos religioso. Así lo hace constar Gustavo Wigel, en Sacrementum Mundi, En– ciclopedia Teológica, dirigida por Karl Rahner: «La inmensa mayoría de los católicos eran inmigrantes de Europa; un grupo, sobre todo entre los irlandeses, querían hacerse americanos por una total adaptación. Tres obispos eran los campeones: El Cardenal James Gibbson, el Arzobispo John Ireland y el Arzobispo John Keane. Entre los alemanes, por el contrario, se mostraba un constante empeño en mantener a los inmigrantes católicos en enclaves étnicos. La disputa terminó finalmente en el Siglo XX con la victoria de los americanizantes». Como puede observarse, el proceso de americanización sigue, no solo dentro de Estados Unidos, sino también en otros puntos del orbe, y ofrece un cierto aspecto base de ecumenismo en cuanto a religión se refiere. El impacto en general del americanismo se viene difundiendo y con– tagiando y poiéndose al día como conjunto de normas y modas, tendencias y exterioridades, ricas al fin y al cabo en modernidad técnica y consumista, tan propia del vivir americano. No es inválido del todo el lema expresado en latín macarrónico, aunque levantan superficiales pro– testas: Americanizanda o yanquizanda sunt omnia. CRISIS Y AMOR SACERDOTALES El sacerdote católico romano, por sacerdote y por célibe, es la persona más sacralizada del orbe moral, dogmático y sacramental de la sociedad presente. Lo es también por su romanidad, por profesional humanista, durante su formación y luego en su ministerio; por sus estudios clásicos, latinos, griegos, incluso hebreos, y lenguas afines y patrias, por sus letras y artes, escolásticas, litúrgicas, bíblicas, patrísticas y pastorales, estos últimos con fines inmediatos de relación con hombres y mujeres, el pueblo total de Dios. Vive y actúa cada vez más comprometidamente, sobre todo en Estados Unidos, con una sociedad la más representativa en modernidad, de la actual civilización en técnica, confortabilidad, consumismo y ritmos nuevos. Por estos elementos que lo identifican este sacerdote yanqui -ante él estamos- es el ser más obviamente secularizable y con caracteres y resultados más perceptibles, y trascendentes. Su pensamiento, su palabre, su fe, sus ademanes, el trato de gentes y su profundidad sicológica y sus aires saludables de bonhomía y candor, casi deportivos, son afirmaciones y 393
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