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A la perfección apostólica debe aspirar cada uno de acuer– do con su estructura espiritual y bajo el influjo del Espíritu Santo, que obra más activamente que antes sobre el in– dividuo. Las virtudes naturales son más importantes que las sobrenaturales, pues fomentan el obrar activo. En el pasado, las virtudes pasivas, tal como las cultivaron las antiguas ordenes religiosas, respondían a su tiempo; pero hoy los virtudes activas responden mejor a las necesidades del catolicismo. Estos y otros principios fueron denunciados y rechazados por el referido documento papal. El Cardenal Gibbons escribió al Papa: «Esta doctrina que yo califico, con toda reflexión, de extra vagante y absurda, este «americanismo», como se le ha llamado, no tiene nada en común con las intenciones, esperanzas, doc– trina y conducta de los americanos. No creo que pueda encon– trarse en todo el país un obispo, un sacerdote, ni siquiera un laico, con algún conocimiento de su religión, que haya ex– presado jamás tales monstruosidades. No, nuestro americanismo no es eso, no lo fue nunca, ni lo será jamás». (Sacramenturm Mundi, Rahner). No obstante, el americansimo ha existido y quizá se ha remozado y serenado ahora e incluso ha sido rebasado por actuales tendencias pro– bablemente menos sosegadas en otros países que en Estados Unidos. Por algo, la mencionada Enciclopedia Sacramentum Mundi lo incluye en su artículo «de acomodación, modernismo, secularización y reforma eclesiástica». Las afinidades del americanismo histórico con las conmo– ciones ideológicas y prácticas que actualmente se experimentan son evidentes y muy probablemente precursoras e indicativas. Y por eso mismo, «como advertencia contra el espíritu del mundo, tiene una importancia ob– jetiva y permanente». La insurgencia del americanismo en el campo católico fue ejemplo y síntoma de la concurrencia imprecisa, pero decisoria, del módulo norteamericano en la espiritualidad occidental que el país conllevaba como herencia. Hoy contemplamos cómo su «revolución», lo que en el Bicentenario se llamaba «espíritu del 76», sus gentes y sus maneras, su ins– piración y su estilo más aún que sus estructuras políticas y sociales y que su poderío económico y militar, polarizan el vivir contemporáneo, incluso en el segundo y tercer mundo. 392
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