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ciones, paradas, premuras por hablar su idioma, terminologia social, economía, compras y ventas, política, música, interés a favor o en contra por su presencia universal. Se ven «imitados», pero no en lo mejor. Esta imitación no deja de parecer a algunos yanquis servilismo y confirmación de su complejo de superioridad, mientras que, para la mayoría, confirma la omnipresencia de su dólar pródigo y la generosidad de su cultura. Todo ello es obvio que les convenza de que está operando en el mundo un americanismo que parece irreversible. Hasta sus diccionarios dan un alcance mayor al significado de «americanismo» que el que concede, por ejemplo, nuestra Academia. Esta se limita a dos acepciones: algo gramatical, «privativo de los pueblos americanos, particularmente de los que hablan la lengua española» y, en segundo lugar, «admiración por las cosas de América». Pero el diccionario semioficioso de «La Lengua Americana», el Webster, precisa estas acep– ciones y las amplía: «costumbre, caracteristicas, creencias existentes u originadas en Estados Unidos; palabra, frase, idiotismo peculiares del in– glés americano; devoción y lealtad a Estados Unidos, tradiciones, tipismos, instituciones, maneras, estilos, métodos, ideales asimilados, mimetismo». En suma el «americanismo universal» que priva doquiera. EL «AMERICANISMO» DENUNCIADO Cuando generaciones próximamente pasadas mencionaban el «americanismo» se referían sobre todo al «americanismo» religioso, dogmático e histórico, al que denunciaban como invasor de fe y costumbres dentro de Estados Unidos y en otros países. Nos referimos en concreto, y no hay por qué olvidarlo al «americanismo» que León XIII, en su carta Testem benevolentiae, del 22 de enero de 1899, al Cardenal Gibbons de Baltimore, condenó como «dogmática e históricamente falso». El referido documento señala las actitudes americanistas en sus rela- ciones «entre catolicismo y su contorno cultural». He aquí las principales: No basta modificar la vida católica según las necesidades del tiempo. La misma doctrina católica debe ponerse en armonía con el ambiente secular, no insistiendo en dogmas poco agradables e impopulares, aunque no se los niegue. Las autoridades eclesiásticas han de abstenerse «de usar con demasiada fuerza de su autoridad sobre los fieles, a fin de dejarles mayor libertad de pensamiento y de acción de acuerdo con su propia mentalidad. 391

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