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orientación del espíritu, la única dirección del entendimiento, de la voluntad y del corazón es para nosotros ésta: hacia Cristo, Redentor del mundo. A El nosotros queremos mirar, porque sólo en El, Hijo de Dios, hay salvación, renovando la afirmación de Pedro «Sefior ¿a quién iríamos? Tu tienes palabras de vida eterna». (Jn. 6, 68) (7). Aquel que viéndolo nos muestra al Padre (Jn. 14, 9), a Aquel que debía irse de nosotros (Jn. 16, 7) -se refiere a la muerte en Cruz y después a la Ascensión al cielo- para que el Abogado viniese a nosotros y siga viniendo constantemente como Espíritu de verdad (Jn. 16, 7, 13) (7) El, Hijo de Dios vivo, habla a los hombres también como Hombre: es su misma vida la que habla, su humanidad, su fidelidad a la verdad, su amor que abarca a todos. ¡El es creado de nuevo! «Ya no es judío ni griego: ya no es esclavo ni libre, no es ni hombre ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gal. 3, 28). El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo -no solamente según criterios y medidas del propio ser inmediato, deben con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo. Debe, por decirlo así entrar en El con todo su ser, debe apropiarse y asimilar toda la realidad de la Encarnación y de la Redención para encontrarse a sí mismo. Si se actúa en él este hondo proceso, entonces él da frutos no sólo de adoración a Dios, sino también de profunda maravilla de sí mismo. ¡Qué valor debe tener el hombre a los ojos del Creador, si ha «merecido tener tan grande Redentor», si «Dios ha dado a su Hijo, a fin de que él, el hombre, «no muera, sino que tenga la vida eterna». (10). En realidad, este profundo estupor respecto al valor y a la dignidad del hombre se llama Evangelio, al decir: Buena Nueva. Se llama también cristianismo. Estupor justifica la misión de la Iglesia en el mundo, incluso, y quisá aún más en el mundo con– temporáneo (10). Este «a todos» incluye a la creación entera que hasta ahora gime y siente dolores de parto y «está esperando la manifestación de los hijos de Dios» acerca de la creación que esta sujeta a la vanidad (Textos: Rom. 8, 22. Rom. 8, 19) (8). El mundo de la nueva época, el mundo de los vuelos cósmicos el mundo de las conquistas y técnicas, jamás logradas anteriormente ¿no es al mismo tiempo el que «gime y sufre» (Rom. 8, 22) y «está esperando la manifestación de los hijos de Dios? (8) El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. (8)... En El Hijo de Dios con su encar– nación se ha unido en cierto modo con todo hombre (8). Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, amó 381
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