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tiana todo queda en claroscuro, menos la solidaridad con los hermanos al verles sufrir y reconoce en ellos la sombra del Hermano mayor. Lo decían las lecciones exquisitas del maestro de místicos Ruysbroek, cuando avisaba a los discípulos: -Si estás en éxtasis y tu hermano tiene necesidad de un poco de tila, deja el éxtasis y vete a llevarle la tila: el Dios a quien dejas es menos seguro que el Dios con quien te vas a encontrar. El dolor que nos alcanza no es un dolor nuevo, un dolor sin estrenar, sino que nos llega de rebote de los dolores de Cristo. Jesús ha sufrido en su pasión todos nuestros dolores, todas nuestras tristezas; ha llorado nuestras lágrimas y ha derramado nuestra sangre. El dolor que sale a nuestro camino en la carne nuestra o en la carne de nuestros hermanos es un dolor ya sufrido, todavía caliente, porque ha pasado primero por el corazón de Cristo. Cuando nos encontramos en las situaciones más penosas y más difíciles de nuestra vida, cuando más profunda es nuestras desolación, más cerca estamos de la muerte de Cristo. No inventamos dolor, no existe en la tierra dolor desconocido. Cristo pasa con la cruz a cuestas, hacia el Calvario, y con la eucaristía en el corazón y rodeado de innumerables hermanos. Comprometido con los pecadores: asume su pecado: se hizo pecado, nos dirá con frase grave, casi escandalosa -San Pablo- para pagar en su propia carne el castigo que merecían los demás. Cristo se comprometió con los pobres; aceptando la pobreza de su vida personal y exigiendo la pobreza de espíritu a quienes pretendieran seguirle. Cristo se comprometió con el mundo: fue enviado al mundo para salvarlo y entró en la historia del mundo para que todos las cosas se recapitulasen en El. ¿Hasta qué punto estamos prontos para comprometernos en la aten– ción de todos los marginados sociales, los subnormales, los hijos sin hogar; en procurar una convivencia en la que todos encuentren su oportunidad en cualquier orden de la vida, en defender los derechos y libertades legítimas de todos los hombres; para conseguir que todos puedan vivir dignamente: tenga una vivienda apropiada, puedan intervenir en los problemas co– munes. «Pero amar consiste en orar, en ofrecer, en dar. Amar es humanizarse, sacrificarse y sublimarlo todo y a todos como lo hizo Cristo. Nuestra sim– patía, compasión nos pide que asumamos las tribulaciones, las angustias, las necesidades de los demás; que estemos dispuestos a servir aunque no recibamos ninguna recompensa.» Serenamente Juan Pablo II (Redemptor hominis, 1979) nos muestra al Hombre, al Hijo del Hombre, divino y humano. URGENCIA DEL CRISTO TOTAL Se impone una respuesta fundamental y esencial, es decir: la única 380

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