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tragedias- hacia la verdadera «humánitas de Dios». CRISTO TEMA, PROMOTOR DE HUMANISMO Cristo no es enigma, más que cuando no se le acepta. Y de repente llega la Semana Santa y nos encontramos a Cristo con la cruz a cuestas caminando un rato cada tarde por las calles de este mundo nuestro. ¡Qué extraña presencia, qué curioso anacronismo! En Arcos de la Frontera, el prodigioso pueblo de la provincia de Cádiz, cuentan que cuando compró el castillo una familia inglesa, además de traerse un fantasma escocés, vino acompañada de un aristócrata que sirvió muchos años a su graciosa ma– jestad la reina como virrey en las posesiones del corazón de Africa. El virrey jubilado buscaba en el sol andaluz un feliz ocaso y consuelo a sus nostalgias. Llegada la Semana Santa, el inglés, vestido con pantalón corto, camisa parda y salakof, vigilaba con su catalejo desde las torres del castillo la evolución de las procesiones por las calles del pueblo. Comentaba: ¡Qué notables las costumbres de estos indígenas! Muchos se preguntan si a muy corto plazo, la presencia de Jesucristo crucificado no resultará una pintoresca sorpresa. La verdad histórica es que Cristo es siempre asombroso. Quizá estamos a punto de conseguir un mundo confortable. Eso quisiéramos. Como cristianos y humanistas, tenemos la certeza de que las generaciones que nos siguen disiparán en pocos siglos el clima dramático en que todavía estamos instalados, con sólo poner una dosis de sentido común al servicio de los ordenadores futuros para utilizar correctamente las fuentes de energía, presentes en el cosmos, por no hablar de otros valores. En este esfuerzo común por alcanzar el bienestar apetecido, ¿qué significa la aparición anual de un Cristo con la cruz a cuestas? Un filósofo español, desaparecido en plena madurez, se tenía planteado el análisis de las relaciones entre el pensamiento contemporáneo y la fe cristiana. García Morente fué una de las inteligencias más potentes y severas de España. Sus amigos acompañaron con gran respeto el cambio que una iluminación interior ocasionó en su horizonte espiritual. Un día, García Morente volvió la vista atrás y formuló esta pregunta: ¿Por qué la filosofía moderna ataca denodadamente el acto de fe? Su reflexión roza algunas fibras profundas: ¿A qué se debe el conflic– to? La razón humana, piensa Morente, puede llegar hasta conocer que Dios existe, pero no pasa a conocer por sí sola lo que Dios es en la intimidad de su esencia: la íntima esencia de Dios, de la revelación y del dogma son, pues objeto de fe perfecta, objetos «absolutamente ausentes» del área mental 376
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