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es el mesías que no se propone la conquista del poder político, porque el reino de Dios, en sí mismo, es universal. Significa la liberación completa del hombre, el cual trasciende lo meramente político y social. Sobre Jesucristo, único y universal, discurre Walter Kasper, catedrático de Teológia de la Facultad Católica, en Tubinga. La Iglesia no se fundamenta sólo en los preceptos y dogmas, sino en la persona concreta de Jesús de Nazareth. Ya Feuerbach había señalado que en el cristianismo, el Cristo individuo Persona, es, al mismo tiempo, una totalidad, un ser ab– soluto, fuera y más allá del mundo. El profesor Kasper subraya esta primicia de la universalidad de Cristo sobre su particularidad anecdótica: Cristo es el concreto universal. El cambio actual en la Teología y en la Ig– lesia ha hecho posible la prioridad de la cristología sobre la eclesiología. La aparición concreta de Cristo resuelve la antinomia entre la singularidad de la persona y su unicidad. La universalidad del cristianismo se expresa en el advenimiento del reino de Dios, que es la salvación de los hombres, con una dimensión universal que comprende a toda la creación. Pannenberg, catedrático de Teología de la Facultad Protestante de Munich, autor de «La revolución como historia», «El hombre como pro– blema», y otras obras, diserta sobre la resurrección de Jesús y el futuro del hombre. De espíritu hegeliano, el profesor Pannenberg cree que el reino de Dios es la inmortalidad futura del hombre. Nuestra vida mortal no es la vida completa. Solamente la resurrección de Jesús logra la victoria de la vida sobre la muerte. Es Dios de los vivos y no de los muertos. Así, cristiano es aquel que cree en el Cristo que resucita de entre los muertos. La realidad de Dios está oculta en el presente. El Dios verdadero es el de la esperanza, el del futuro, que sólo se manifestará al fin de los tiempos. Jesús, por su resur– rección, anticipa el fin de la historia. Ante estas y otras disquisiciones, a veces deslumbrantes y otras, in– quietantes, se pone de manifiesto la dialéctica crucificada de cierto pensa– miento contemporáneo cuando insinúa que el secreto de la Teología es la Antropología. En todo caso, Cristo es enigma y misterio apasionante, como lo son la verdad y el amor, Dios y el hombre. De hecho el humanismo cristiano implica y conlleva en sí todos los signos y elementos positivos de los demás humanismos en sus actitudes y valores positivos, y los ennoblece todos integrándolos en el hombre cris– tiano. En resúmen, nos expone esta conclusión Konrad Hecker: (Sacramen– tum Mundi, Art, Humanismo). «El humanismo cristiano transforma al hombre mismo, el cual no pertenece desde luego solo al más allá, sino que es ya actual como punto de referencia de toda acción en el mundo real, como auténtico interlocutor en el diálogo de cualquier presente con el futuro; y con esta presencia hace posible la realización de lo «humano», se proyecta ya -en la fe, en la esperanza contra toda esperanza y en el amor por encima de desengaños y 375

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