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Como el pecador que examina y confiesa sus errores y maldades y en ello encuentra su nuevo gozo y razón de lucha cautelosa por la perfección, así el americano reconoce su fuerza ante el exterior y la vigencia actual de su patrimonio. He aquí algunas de las actitudes que este americano tiene que compartir y superar. La de los hombres de negocios, los trabajadores manuales especializados, capa superior de la clase obrera y recelosa de la intelectualidad, que se precia de sentido común en su puesto tolerable de bienestar aburguesado y de otro lado, la de los que están pro– féticamente seguros de la implacable revolución de los aires nuevos, los cuales lógicamente también soplan originariamente del ambiente norteamericano. Hay que añadir los universitarios, intelectuales y teóricos, avanzadas de la perturbación ideológica, los místicos y los snobs del arte y del espectáculo y de los mas media, todos los cuales simpatizan, al menos, con la humildad, el misticismo revolucionario de parte del tercer mundo, y que dan muestras bien visibles del pintoresquismo de espiritualidades y se permiten el lujo de pisotear los alardes de la alta sociedad y el nerviosismo de la sociedad de consumo con los propios tedios y con la serenidad de guitarras colgadas en los árboles y su peregrinación y viajes: he aquí banderitas de señales en el mapa U.S.A. para protegerse del huracán y mantener en alto la esperanza. En realidad los enfrentamientos pendulares entre el espíritu de Lincoln, Franklin D. Roosevelt y de J .F. Kennedy o de Martin Luther King y el espíritu de Nixon, más que signos temporales de disolución, son el fondo y en su conjunto, la marcha hacia la evolución y transformación de la nación americana, fiel a sí misma, en su libertad, en los peligros y en los sosiegos de sus excesos. Es el constante equilibrio de su funcionamiento, como democracia. Ni siquiera la presente premura con que se intenta vigorizar y exteriorizar la gloria de su herencia en himnos, banderas, «raices» y evoca– ciones, logra disminuir la fe y la seguridad en sus destinos, a pesar de ese despliegue de exhibiciones defensivas. Es demasiado impresionante la historia que han forjado en doscientos años para que ese sueño de acero piensen que pueda derrumbarse por un soplo de bolsa, de ira, o de utopía. El celuloide holliwoodense en su fragilidad ha cristalizado ese sueño americano, fuerte como las ideologías, y los sistemas de sus hermanos europeos. No habrá tantas catedrales, coliseos, ni mármoles semidivinos. Pero circulan doquiera imágenes de sombra, luz y color y resuenan junto con los estruendos y ritmos juveniles de la rnusicalia al paso silencioso de los pies y satélites yanquis en los planetas. EXTREMOS HUMANJSTJCOS: ESPIRITU, FRIVOLIDAD El amplio alcance y las posibilidades unificadoras de la palabra humanismo quedan evidenciados por el hecho de derivar de una raíz que
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