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hubiera conducido al enfangamiento en el pantano. (Max Lerner). El hecho irónico ha consistido en que precisamente los que más alto alzaban la voz defendiendo la ética tradicional, han sido los que más descaradamente la han violado, y sobre todo que la reacción contra ellos ha sido el reforzamiento de esa ética, que quedó en ruinas por ese bombardeo. El hombre americano ha sido el mejor parado. Como consecuencia de la crisis de energía han surgido cambios favorables en los valores. Se han hecho resaltar, pero no como ligados necesariamente a las normas del nuevo humanismo. Para mejor o para peor, nosotros dependemos del coche. Ha crecido el amor al coche, la sed sagrada de gasolina. Pero hemos hecho dos descubrimientos. El primero es que no necesitamos un palacio tragador de gasolina, excepto para vanagloriarse de la situación, de la condición social, de la magnificencia y el despilfarro, como alarde y símbolo de consumismo. La segunda es que al ligarnos de esa manera al automóvil, nos hemos con– vertido en centauros nuevos: medio coche-medio humano, mitad hombre, mitad máquina. Una de las cosas que nos obliga a usar el coche es el ir al trabajo, a la escuela, al mercado, a la iglesia. Pero otra cosa importante es el permitir que el ritmo de nuestros cuerpos se convierta en su esclavo. No me preocupo si hemos sido liberados por la bicileta, el tren, el autobús, el caballo, la canoa, el camello, el yak o, mucho mejor, por el hecho de andar sobre nuestras dos piernas. Los señores del petróleo árabe acaso puedan hallarse respon– sables de que los americanos recuperemos nuestro cuerpo hacia un nuevo naturalismo de vivir, de la misma manera que los con– spiradores del Watergate nos han ayudado a volver a revalorizar lo honesto, lo abierto y lo auténtico. Por estas dos crisis, hoy en América rebullen nuevos estados de conciencia. Hay un sentido de la «Vita Nuova», de Dante, una nueva vida. Hay cambios en los estilos y modos de vivir y en los valores en todos los niveles del ciclo de la vida, desde la niñez hasta la muerte. Nuestra preocupación por las crisis inmediatas hace difícil para nosotros el ver lo que hay bajo la superficie. Estamos aturdidos en lo in– mediato, y no vemos que se está perfilando ahora para el futuro. Lo que tenemos que volver a mirar, si no nos contentamos simplemente con ver, es una América tumultuosa, innovadora, llena de arranques y renovacion de valores. En esto consiste el nuevo humanismo y el talente con que la peripecia norteamericana rige su andadura al tricentenario, metido en el 2.000. 369
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