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de doctrinal y catequética-es «más simple decir sin ambages lo que él es y lo que él piensa, y que no está mal crear el evento o el hecho, aunque se aparte un poco de las costumbres.» Algunos le motejaban de que «el presidente habla primero y luego piensa.» Su insistencia en los «derechos del hombre» es fundamentalmente doctrina cristiana, y no tanto política, como seguramente lo es en su fuente y razón de ser. Lo seguro es que el nuevo comportamiento del Presidente, con relación a sus inmediatos antecesores, causó sensación en los Estados Unidos y estupor en el extran– jero, que nunca acaba de acomodarse al vigor americano y lo considera a veces ingenuidad. Los cercanos al presidente afirman que en realidad no hace más que afanarse en poner en práctica sus promesas de las campaña electoral, como es fácil comprobarlo. Y en el encararse con las naciones, particularmente la Unión Soviética en ese aspecto espectacular, responde a circunstancias transitorias-la carta de Sakarov al presidente, recibir a Boukowski en la Casa Blanca-, y que no ha de continuar por estos pasos concretos. Es clara la acción de una política moralizante, de evidente origen, al menos parcial, del puritanismo yanqui, sin sentido peyorativo en ninguna de estas dos palabras. Es mera actitud consecuente del alma nacional. Aten– diendo a la situación interior, se intensifica el «análisis ideológico» que ha de seguir a los choques morales creados por el Vietnam, el Watergate y la larga práctica de la «Realpolitik.» América está reclamando la vuelta a las fuentes, a los valores fundamentales de su sistema. Mientras en el exterior, esta buena conciencia recuperada permitiría convertir a su diplomacia en más combativa y a hacerla salir de la posición de acusado, tradicionalmente reservada para los Estados Unidos en círculos internacionales. (Le Monde) El planteamiento de la cuestión de la violaciones de los derechos del hom– bre, hecho por M. Lowestein, delegado de los Estados Unidos ante la cor– respondiente comisión de la O.N.U. con referencia a lo ocurrido en Rusia o en Uganda, ha roto tabúes, ha reducido la complaciente lenidad con la cual esa comisión se ha ocupados siempre del «trio no santo» («non sainte trinité»): Africa del Sur, Rodesia e Israel. (Le Monde) La U.R.S.S. aparen– ta desviar el reproche de Carter con un argumento ad hominem, según el cual la «detente» no será afectada por un debate de palabras e ideología, ya que en ello entre el juego yanqui: la fuerza del sistema americano descansa precisamente sobre la creencia en la democracia y en los derechos del hom– bre, esa creencia que debe confirmarse por parte de los americanos, sin complejo alguno y sin imponerse a nadie. Por ejemplo, al Presidente de los Estados Unidos le será muy difícil proceder en el caso poco probable de que Sakarov llegase a ser arrestado por los soviéticos o ante el peligro de represalias sobre los súbditos norteamericanos en países dictatoriales donde, a juicio de autoridades yanquis, no se respetan los derechos humanos. En otro plano, la reacción de un país como Brasil, que se desen– tiende de la ayuda y cooperación militares americanas, muestra los límites de tales actitudes moralizantes, que hacen vibrar la cuerda del na- 35

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