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tualismo, en el mejor sentido de la palabra, la sabia discreción y otros evidentes rasgos comunes del verdadero humanista y del técnico o científico nos hacen ver, no solamente la armonía y la solidez de enseñanza y profe– siones, talentos y genios, sino sobre todo, sencillamente una consagración al humanismo más completo. Amaina la controversia entre humanistas y tec– nicistas, y se tiende más bien a coordinación y simultaneidad que no destruyan la imprescindible especialización. En nuestra civilización cultura, en nuestra vida social de consumismo, de bienestar y de ocio, nuestra era de premios nóbel son incontables los personajes, figuras que simultanearon actitudes literarias, filosóficas, artísticas y técnicas: pluma, imaginación, laboratorio y oficina, que quedaron como buenos ejemplos de un humanismo superior reintegrante, siempre latente, entre Letras y Cien– cias. Hay otros dos humanismos obvios en la conciencia yanqui, aunque parezca tratarse más bien de incidencias dramáticas de su historia. Es el primero su actitud de resentimiento por no ser tan favorablemente valorados como sienten merecer, porque se les atribuye una vaga culpabilidad responsable en los infortunios de nuestra civilización y se les convierte en víctima de reproches y desdén. Es humanismo de la condición y servidumbre del hombre y sus empresas. Así lo señala John Steinback al hablar de Norteamérica y los americanos: Mientras aquellos que se empeñaban en valorarnos se limitaron a incurrir en simples errores y descortesías, el juego resultó ino– cente y, en ocasiones, interesante. Pero después de 1918, cuando se forjaron unos sistemas que necesitaban una «béte noir» para contraponerla a la «bete blanche» engendrada en el ámbito in– terno de por ser una poderosa nación con un sistema eficaz, se convirtió en el natural blanco de los ataques de los gobiernos que no lograban tan buenos resultados como los nuestros. He ahí su «leyenda negra» y su desafió y conciencia de superioridad. A fuerza de presentarse como los «buenos», han resultado los peores o sospechosos. El otro caudal de humanismo, de humanidad, le procede a Estados Unidos de hechos tan característicos e inmediatos como el enfrentamiento con la naturaleza para convertirse en país y nación, de la inmigración múlti– ple e insistente, del pionerismo y movilidad interna de sus gentes, aún hoy mismo, y del espíritu del Oeste y de la frontera, que, en su real y simbólico, valor perdura en tierras yanquis y de geografía planetaria. Claro que de buenas a primeras, todo ello parece tener poco que ver con el humanismo estrictamente clásico. Pero es una inmensa carga histórica, síquica y social, además de política y militar, propicia a la apertura inevitable, generosa y arriesgada del ser humano para superarse. En uno de estos aspectos lo 366
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