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se adviertan como tales. Son muchos sus signos y sus ideas, como veremos luego. Si vamos a aludir anecdóticamente a sus fenómenos, es porque estos brotan de la conciencia y del comportamiento de los jóvenes. DIVERSOS HUMANISMOS Los americanos consideran que su misma Constitución encarna su con– dición humanista, al exponer los objetivos sociales de su Humanismo y pro– clamar que «todos los hombres» tienen el derecho inalienable a «la vida, la libertad y a la búsqueda de la felicidad». Es verdad que esta actitud poco tiene que ver con el estudio de los clásicos. Pero precisa una actitud hacia el logro del bienestar de la humanidad como objetivo final de la orientación inicial. Las aspiraciones recientes del modo de vivir americano, su ideal de civilización, su buena voluntad han tendido siempre a dimensiones univer– sales, como enfatizaba Thomas Jefferson: «No estamos actuando para nosotros solos, sino para toda la raza humana». Lo que reafirman las palabras de Abraham Lincoln en su discurso en «Independence Hall» en 1861 sobre «El gran principio» que hizo la unión de su país: No fue la simple cuestión de la separación de las colonias de la madre patria, sino ese sentimiento que en la Declaración de la Independencia dio libertad, no sólo al pueblo de este país, sino que forjó idéntica esperanza para todo el mundo, para todos los tiempos futuros. Fue la promesa dada de que, a su debido tiem– po, los hombres se verían liberados de toda opresión y habría para todos igual oportunidad. Estos ideales se concretan en la filosofía que ha unido al pueblo americano en la primera mitad de este siglo: «filosofía de democracia humanista», aunque muchos americanos lo ignoran o se muestran hostiles a su verdadero significado. Lo que formulaba Woodrow Wilson: El mundo debe ser salvado para la democracia, como mejor método para conducir la vida política y arreglar las disputas. Mucho antes de que las controversias postconciliares conmovieran a pensadores teólogos, el humanismo norteamericano estaba viviendo un secularismo a ultranza, con cierta ingenuidad de libre pensador de finales de siglo y con el optimismo que todavía conserva y que puede expresarse así. La creencia americana en la democracia y en el progreso, su alegre op– timismo e idealismo, la fe que deposita en la ciencia y en los inventos, todo ello encaja bien en el molde humanista. Nuestra confianza en las máquinas y en las técnicas científicas tiende a suprimir las viejas súplicas a lo sobrenatural. El mayor dominio de la 362

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