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arzobispo Luigi Raimondi para que las remitiese al Papa Pablo VI. He aquí algunas de ellas: -El establecimiento de cuatro diócesis regionales para los negros, cada una de ellas con obispo negro, propuesto únicamente por los católicos negros. -La elaboración por la jerarquía de una liturgia que refleje nuestro patrimonio afro-americano. -La participación, a todos los niveles, en las decisiones que se refieren a la educación católica de los niños negros, incluyendo el consentimiento de los católicos de color para los maestros blancos. Estas exposiciones, sin embargo, no impiden el proceso integra– cionista y de hermandad cristiana que promueven cada vez más masiva y válidamente grupos e individuos relevantes, no sólo del campo de las gentes de color, sino también, y frecuentemente con más ardor de justicia que los mismos negros, de centros y personalidades de la sociedad blanca, incluida naturalemente la jerarquía. Lo incuestionable es el espíritu cristiano de estas comunidades, cuyo esplendor va cubriendo de reflejos originales la auténtica catolicidad y humildad del Evangelio, con una ventaja para este país. La hermandad y la integración no se están verificando sobre una base de neófitos dóciles, por uno y otro lado, sino por la cumbre de una civilización de poderes y energías, también de desengaños, en su pleno desarrollo; diríamos en una inteligente, ardida y refinada decadencia que da por resultado una revisión leal e irreversible. Las reuniones y tertulias de un barrio negro de Nueva York o de Atlanta, «la Meca del Surn, suenan semejantes, aunque aquí con más conmoción y naturalidad por el rigor de las circunstancias, a los diálo– gos y coloquios hipercríticos de París, Salamanca, Bruselas o Rotterdam. Sin embargo, la perfecta integración aún en ambientes espirituales, a pesar de su progreso implacable, no será efectiva mientras unos y otros nos sigamos percibiéndonos y sintiéndonos «negros» o «blancos». No es sólo cuestión de convivencia; sino de conciencia y de actitud no artificiosa. Ha de ser logro de espontaneidad, de capricho pasional y de sencillez. En realidad a los negros menos acomplejados no les gusta este término «negritud», como a los blancos no nos gustaría ni lo tenemos en ningún vocablo «blanqueante». Los humanos no necesitamos más denominaciones albescentes ni denigrantes. Entretanto, lo divino cristiano sigue jugando, como siempre lo jugó, en la gesta pionera americana, su papel decisivo. El Rvdo. Fred L. Shetlesworth, que fue pastor de la Iglesia Bautista de Betel en Birmingham, Alabama, retorna a su ciudad, después de estar ausente los diez últimos años, los fogosos años sesenta, y toma conciencia de los cambios: 346 Este mi retorno a Birmingham me trae recuerdos nostálgicos, de agonía, de gloria y de esperanza de que lo que ha ocurrido aquí continuará espoleando a los hombres hacia adelante. La gente

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