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NEGRITUD CA TOLICA A la parroquia de Saint Theresa of Avila, en New Orleans, asisten a la misa dominical con asiduidad inalterable los señores Blayton, Alford y Gwendolyn, matrimonio de color, que andan por los cuarenta años o menos. Les acompañan siempre en este acto religioso sus cinco hijos: dos niños y tres niñas: Ralph, Fanni, Benjamín, que dejó de ser el benjamín por la llegada de Alice, y Laverne, respectivamente de doce, once, nueve, siete y cuatro años. Vienen brillantemente vestidos, como buenos católicos sureños, y de su grupo trascienden la rectitud, el equilibrio, el descanso merecido y esa alegría del mirar que tan específicamente tienen las criaturas de color cuan– do gozan su niñez. Durante la celebración eucarística escuchan, responden, cantan, se mueven según la liturgia, siguen los misalitos semanales de todas las parroquias americanas. Por lo regular se han confesado el sábado anterior y ahora reciben la santa comunión todos, excepto la pequeña Laverne, que rebulle un poco impaciente en su reclinatorio, sin comprender por qué no le dejan recibir a Dios, como sus hermanos y hermanas. Durante el ofertorio todos depositaron sus sobres de la colecta, para llenar los presupuestos de la comunidad parroquial. Mr. Blayton es uno de los vocales de la parroquia de Saint Theresa of Avila. Los sobres de los niños son más pequeños. Pero todos quieren entregar el suyo en propia mano, como les aconsejan sus padres. Hay que formar conciencia, y los niños no renuncian a ese honor de su catolicidad. Cuando salen de la iglesia, saludan graciosamente a los demás feligreses con quienes se encuentran, casi todos blancos. En la misma naturalidad de unos y otros parece insinuarse una in– tegración no del todo perfecta. Estos señores Blayton, Alford y Gwendoly, él, contador de un banco; ella, maestra, y sus hijos no son ciertamente la única clase de católicos de color en Estados Unidos. Son una hermosa y mínima parte de los cincuenta millones de católicos y de los apenas ochocientos mil católicos negros en la nación. El catolicismo negro es una minoría que está creciendo y hace oir su voz. En reciente reunión de trescientos delegados de los laicos católicos negros celebrada en Washington los concurrentes arguyeron a la iglesia por sus deficiencias con los negros y presentaron una lista de demandas. Los delegados responsabilizaron a los demás católicos blancos en general por los «fallos en ser sensibles hacia nosotros los negros, como pueblo con cultura, patrimonio e historia particulares». Declararon que «no es demasiada la semejanza que hay entre la Iglesia Católica de América y el Evangelio de Jesucristo». A la vez que afirmaban su fe «en el mensaje liberador del Evangelio» los laicos de color resaltaban que ellos son «primero, negros, y luego católicos». Adoptaron unánimemente catorce propuestas, que en– tregaron en la residencia del Delegado Apostólico para Estados Unidos, el 345
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