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y creyó lo que dijo ... los banqueros y los predicadores lo clavaron en la cruz. Pusieron a Jesucristo en un sepulcro. Mientras las pobres gentes trabajadoras le rodeaban y cantaban su alegría, los policías y los soldados clavaban a Jesucrito en una cruz y custodiaban después su sepulcro. Este Cristo es una versión pastoral y social que tan frecuentemente ha sido exhibida por el llamado «arte proletario», cuyas predilecciones por Jesús están contrastadas con la ingratitud y hostilidad de los prepotentes, en esta ídea final de la canción: Esta canción se escribió en la ciudad de Nueva York, ciudad de ricos, de predicadores y de esclavos. Si Jesús predicara como en Galilea, le colocarían de nuevo en su tumba. La imagen aflictiva y seductora de Cristo tenía que adentrarse en el alma del negro como inspiración, consuelo, ejemplo e impulso ciertamente para reclamar posiciones justas civiles y humanas, pero también, y aún más, su posición sobrenatural cristiana. Así el alma cándida y matizada del negro se echó a soñar y a exigir su inclusión expresa y visible en el Cuerpo Místico de Cristo, con igual gracia que todos los cristianos de cualquier color. Los obstáculos para esta incorporación eran denunciados en tiempos que todavía no pasa del todo, por aquella religiosa negra que dialogaba in– visiblemente con el cristiano blanco: 344 -Durante años mis hermanos y yo, más de diechiocho millones, hemos estado implorando: Queremos conocer a Cristo. Pero nadie se adelanto para enseñárnoslo del todo. Mis maestros me leían en la Biblia cosas del Salvador. Pero mi participación en su Cuerpo Místico no fue iluminada. Por más de trescientos años mis hermanos y yo hemos sido negados. Tú en realidad no me conoces. Acaso yo tampoco a tí. ¿Por qué? Quizá porque rara vez nos hemos encontrado en la iglesia. ¿Cuántas veces te has arrodillado y has rezado: Oh Dios, ayuda al negro, sé bueno con él. Yo le amo porque veo en él tu imágen. ¿Incluso le amo por él mismo? Yo también habré rezado así por el blanco. Vamos pues, juntos a Cristo, encontrémonos del todo en El. El conoce nuestras sangres. Las lleva en sí. Somos su Cuerpo Místico. De esta verdad brotarán todas las justicias y serenidades.
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