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-Habla a Cristo, ¡háblale! Yo replicaba: -Habla a Cristo, ¡háblale! El predicador me instruía: -¡Reza! Yo decía: -¡Reza! Preseguía él: -¡Aleluya! Y yo medio canté: -¡Aleluya! -Y continué diciendo: Aleluya, aleluya, aleluya... Yo era un trabajador sin hogar y sin otras cosas buenas y her– mosas, como Dios. Lo que yo tenía perdido era Jesús. Mi madre se alegró, y mi novia también. La imagen norteamericana de Cristo, en su humanidad asumida y trascendida por el Verbo y en la interpretación moral y social de sus escritores, poetas, novelistas y reivindicadores cristianos de los derechos civiles, y de otros derechos más elementales y dignificantes, como la co– mida, la cultura, la vivienda y el amor, esta imagen de Cristo está coloreada de negritud, como «la morena hermosa del Cantar de Cantares». La gente de color se funde y se transfigura en el Hijo del Hombre, varón de dolores, cuyo aspecto apenas es reconocible, como el de un gusano, según las Escrituras. Pero es a la vez Cristo Salvador, que redime y vive para siempre. Para nuestros hermanos de color que aman, adoran y ovacionan a Cristo en sus cultos y en sus músicas en la serenidad y en la ira de cada día, Cristo se les presenta como uno de ellos, como el negro del Sur, quien, como Jesús, debe ser manso y humilde y echador de profanadores del templo, y que está siempre a punto de muerte, de resurrección y de gloria. Cristo es el luctuoso e incesante aleluya de la liberación negra. Al desciribir el «espíritu americano», Steinbeck señala: -El hecho de que algo de la substancia y de la identidad de Cristo se encuentra en el alma de cualquier líder de los traba– jadores está vivamente expresada en la canción «Jesus Christ», grabada por Woody Guthrie. Una de esas canciones en las que hay soledad e inquietud; pero también tesón y voluntad para luchar contra la opresión, como lo hace el espíritu americano. He aquí algo de tal canción: Cuando Jesús vino a la ciudad, la gente trabajadora le rodeó 343