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CRISTO NEGRO EN LOS ESTADOS UNIDOS En las leyendas auresa y sórdidas a la vez sobre los esclavos del Sur, trabajadores en los campos de algodón, frente a las mansiones neoclásicas de Carolina y de Georgia, o en las plantaciones de Alabama y Luisiana, los ángeles les hablan de vez en cuando como a otros Santos Isidros de la agricultura. A uno de ellos el ángel la augura: -Serás libre. Renacerás de nuevo. Te librarás del infierno. Predica el Evangelio. Yo te ayudaré y predicaré contigo. El negro recuperaba su equilibrada resignación; era bienaventurado por sus mismas desgracias y por su sentido de la vida temporal y eterna. Y contestaba: «¡Amén!». Pero por su parte, el demonio insiste en sus seducciones de ira, de desesperación y de amenazas. Y desprecia al negro: -No eres más que un tizón mío. El negro palpitante gemía: «Señor Jesucristo, sálvame, sálvame... Y espiritualizado en su trance, repetía horas esta sola palabra «¡Holy!» -Santo! El apego a la familia, al hogar y especialmente a la madre son medios de estabilidad y de fidelidad a Cristo. Un converso narra de sí mismo. 342 Yo era un escéptico y un descreído y desalmado. Ponía en ridículo la santidad, y me negaba a participar con mis familiares y amigos en su fe. Dije a mi madre que pensaba abandonar la casa y romper mis relaciones con mi novia. Mi madre me dijo con calma: -Hijo mio, no dejes de invocar el nombre de Jesús. Esto me afectó y fue mucho para mi. Contesté a mi madre que trataría de volver a la religión. Pero fui luego a mi novia y le solté que no quería verla más. Ella me despidió suavemente: Esperará por ti. Dejé mi trabajo y salí a dar una vuelta por la ciudad. Comencé a vagar y dar vueltas hacia ningún sitio. Algo estaba sucediendo en mí. Volví a casa, y exclamé: -¡Madre! -¿Qué pasa, hijo? Te dije que esta noche iba a alcanzar mi religión. Fui a la iglesia y me arrodillé para orar. Hablaba un predicador. Yo repetí todo lo que el predicador me iba diciendo:

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