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yanqui, republicano, buen cristiano y puritano, de ideas duras, predilec– ciones terminantes y amables obras. Practicaba malamente su afición de tocar el piano, y su pieza favorita era «The Last Chord». El Ultimo Acorde. La letra hablaba de un mal organista que, de casualidad, dió una vez un acorde maravilloso; y ya nunca lo pudo reproducir, por más que lo intentó. Sólo pudo identificarlo cuando le llegó la oportunidad de oírselo a los ángeles adorantes de Cristo. Ahora nuestro Eddy Gray, buen lechero y mediocre pianista, era una buena persona en reposo, que resultaba casi elegante. Y no era simplemente por el maquillaje sofisticado de la funeraria, sino por que aquella paz que le invadió cuando estando enfermo, un amigo suyo, la víspera le pidió que tocase una vez más «El último acorde». Eddy le replicó: «Lo siento, estoy un poco cansado. Creo que me voy a casa». Y se deslizó al suelo para siempre. 333
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