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en el cielo, esperando venir a este mundo, y, que, locas por nacer, bajan in– visiblemente a la tierra buscando parejas de enamorados hacia el matrimonio. Y La alabanza divina. La que manifestó el mismo Dios Padre hablando de su Hijo Jesús: «Este es mi Hijo muy Amado, en quien tengo mi com– placencia». Mat. 3.17. NUESTRA SEÑORA DE LA COCINA En medio de tantos problemas apremiantes no olvidemos el de la cocina, ahora que ella comienza a usarse en USA como viril y electrónica, transformada en utilllería técnica. Ella es ciertamente parte esencial del hogar; era el hogar, por sentido propio, y como tal, está llena de espiritualidad y belleza. Espiritualidad y belleza que se plasman en ese delicado título y veneración de Nuestra Señora de la Cocina. Es difícil encontrar una nueva advocación de nuestra Señora la Virgen María, ya que apenas hay sitio, virtud, labor, belleza natural o artística que no se le haya ofrecido a la Madre de Cristo como añadidura a su nombre sencillo y divinal de María. Este de «Nuestre Señora de la Cocina» es uno de los más notables que podemos dedicarle. Las cocinas modernas son tan asépticas y refulgentes que más bien parecen aparatos de precisión para astronautas o quirófanos impresionantes. Lo cierto es que en bastantes de esas cocinas se puede ver una representación de las actividades hogareñas de aquella mujer, esposa de San José y madre de Jesús, Dios y Hombre, la Virgen María, la cual llevaba con elegante familiaridad la casa de Nazaret. Vemos en esa representación la Virgen con un delantal, alegremente adornado con motivos florales o simplemente de un color liso. María parece haber hecho un alto ante sus hornillas y su vuelve para ofrecer a Jesús niño un trozo de pan con una de esas golosinas recién aderezadas por sus manos maternales. Al fondo, se puede contemplar todo aquello, que, más o menos modernizado, constituye el ajuar de una cocina más bien modesta. Es la imagen de nuestra Señora de la Cocina. Ella fue el ama de casa, que, con palabras tiernas, con gestos mesurados y precisos y con la monotonía de las faenas diarias, abogó por el vino, antes que El supremo hacedor, enamorado de los hombres, ofreciera para siempre el Pan y el Vino vivientes de su total realidad eucarística humana y divina. Ella con toda reverencia y domesticidad le hizo la cama durante los añ.os que precedieron a su vida pública y al último cruel descan– so sobre la sangrienta almohada de la cruz. Es lógico que oremos a nuestra Señora de la Cocina, particularmente en el mes de Mayo, en el que le ofrecemos las flores de nuestra devoción y de nuestros jardines. «Oh Señ.ora, sigue junto a nosotros en nuestros hogares y especialmente durante las faenas del hogar propias de la mujer y ya no tan 327

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