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en cortina que la hacen no distinguir entre lo rojo y lo azul. Sólo sabe que sus noches son tristes, muy tristes; y que la sangre de su hijo mayor es tan roja como la sangre de su segundo hijo.- Seguramente que para cada uno de estos hijos ella es sencillamente su madre. Tales son la evidencia y la adivinación del concepto sobre la madre, de cada uno de nosotros, con la que «se está con razón y sin razón». Luego, hemos hecho muchas aplicaciones de esta entrañable palabra a otras significativas realidades e ideas, como la patria, la tierra, le lengua, la universidad, la religión y la iglesia. Todos estos nobles conceptos están en crisis y en revisión, como lo está la familia, el amor, el hombre, en suma. Permítasenos recordar aquel nom– bre que se nos viene a la mente en el Día de las Madres y que solía darse a nuestra «Santa Madre Iglesia)) y decimos «aquel» porque cada vez se oye menos. LA MADRE IGLESIA He aquí un nombre clave en la religiosidad occidental de nuestros días. La riqueza y variedad de esta palabra son tales, que, cuando se habla de «la iglesia», tanto para enaltecerla como para enjuiciarla, es muy raro que todos los interlocutores entiendan lo mismo. Por algo se ha dicho que el documento más importante del Concilio Vaticano II es la Constitución sobre la Iglesia, cuyo primer capítulo versa sobre el Misterio de la Iglesia. Este «misterio» es tan rico en contenido y en matices, que sólo la santa sen– cillez, el éxtasis o la erudición más teológica y serena pueden gozarlo. La mencionada Constitución nos define la Iglesia como pueblo de Dios, grey, redil, agricultura de Dios, viña elegida, edificación de Dios, casa de Dios, familia de Dios, tabernáculo y templo de Dios, ciudad santa, Jerusalén de arriba, madre nuestra, esposa del Cordero, Cuerpo Místico de Cristo, co– lumna y fundamento de la verdad, recapitulación de la humanidad en Cristo, Reino de Dios o de los cielos, sociedad peregrina hacia la perfección. Pero entrecomillemos esta celestial definición: «La Iglesia es en Cristo como un sacramento e instrucmento de la unión con Dios y de la unidad de todo el género humano». Si en toda discusión sobre la Iglesia tuviéramos presente esta definición, nuestras controversias y pasiones por la Iglesia se convertirían en luz y bondad. Y acaso, una vez más, en plegaria, arte y poesía: Es tu Iglesia, Señor, ermita y catedral, Es el pecado absuelto y el sagrario más pulcro: es catacumba, alcoba, lecho, sepulcro. 321

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