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pensamientos, tan bellos como se han dicho, acerca de la madre y el niño. Entresacamos algunos: Al nacer, el niño llora porque se siente solo fuera del seno de su madre. Ella fue su universo, su principio y su fin. El palpitar de su corazón meció su desarrollo y durante toda su vida, aquella música de su pulso, resonará en su conciencia. Se ha descubierto más tarde que muchos movimientos del hombre, especialmente la cadencia de sus creaciones musicales, seguían el compás del corazón materno. Llora al nacer el niño porque siente la nostalgia del mundo perdido y le asalta el miedo de lo desconocido. Pero la primera sonrisa de su vida, limpia como el agua del deshielo, va dirigida a aquella que le dió su carne y su sangre. Puesto que a Dios no se le puede ver en todas partes, dice un proverbio judío, hizo a las madres para completar su misión. Una onza de madre, asegura un decir español, vale más que una tonelada de filósofos, pues la madre no necesita palabras para expresar sus sentimientos; le bastan los ojos y el temblar, sólo perceptible para sus hijos, de sus labios silenciosos. Cuando un niño invoca a su madre, pronuncia sin saberlo el nombre de Dios. «Madre es el nombre de Dios en los labios infantiles», según escribió Thackeray. Pero aquella madre hacía notar que el pensamiento preferido era el que expresó su hijo, ilustre y bueno, a quien le preguntamos: ¿Quién te ha hecho así? Y respondió: Mi madre y el Evangelio. La estrella de ser Madre es esa que en sí misma es suerte, belleza y gloria. Para que ningún fulgor le falte, también el sangriento de la tragedia, como lo expresa este poema del budista vietnamita Tru Vu: 320 -¡Piedad para esta madre viejecita, símbolo del alma de la nación! Su cuerpo es frágil y escueto como la forma de nuestra tierra materna. De sus ojos oscuros ruedan dos lágrimas como perlas. Las arrugas de su frente semejan los surcos hendidos por el arado del sufrimiento. ¡Piedad para esta madre cuyo corazón está partido en dos mitades! Una mitad es para Hai, su hijo mayor; la otra mitad es para Ba, su segundo hijo. Ella no sabe cuál de los dos es el comunista; no sabe cuál de los dos es el anticomunista. Sus lágrimas, transidas de amor, se han convertido

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