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sobre los ingresos brutos y per cápita. Los dueños de los cafés de las es– quinas siguen vendiendo tazas estimulantes. Los «Aleluyas» de Haendel están próximos a estallar. Cristo ha resucitado. La mejor misericordia es la belleza. Excitada ante el sepulcro, María Magdalena, aquella mujer de abril, no acertó a desgranar las sílabas, bien simples, del nombre de aquel Jar– dinero, de rostro tan extraño y familiar: ¡Raboni! Los aromas se le derra– maban de sus dedos, cuando ella se apresuraba, con sus pies jóvenes. Aquel amanecer María, la hija de David, acumulaba su gozo en el claustro de su corazón. Al llegar a la puerta de su casa, apenas pudo ver la llama de su lámpara, ahogada por el sol ya alzado, y oyó el nuevo concierto que la creación entera entonaba para El, como remolino convergente sobre el universo, semejante a un sol de Van Gogh, cuyos pétalos redondean la Rosa Perfecta. Cualquier hombre, de aquí en adelante, en su Emaús privado, podrá reconocer su Presencia al partir el pan y se enamorará de Aquel a quien hospeda en su cena: hueso de sus huesos resucitados, carne de su carne, doquiera ya el Rostro de Cristo. DIA DE LA MADRE Miss Ann Jarvis, de Filadelfia, Pa. en el aniversario de la muerte de su madre, 1907 propuso la celebración de un día al año en honor de la mater– nidad. El Congreso de USA lo aprobó en 1913, y designó el segundo domin– go de mayo. Se celebró nacionalmente en 1914 trás una proclamación del Presidente Woodrow Wilson. De USA se extendió a otras naciones. Tres años antes de la propuesta de Miss Jarvis, la primera sugestión parece fue hecha por el Dr. Frank R. Hering, alumno y profesor de Nótre Dame. Lo divino anda por los hogares, las escuelas, los comercios y la calle en su forma más enternecedora y humana, con la sonrisa de la Madre. La madre inmediata, fuerza y amor de Dios, que nos dió la vida. La poesía, para existir, no tendría más que pensar en la mujer madre. Pero está ahí también el mes de mayo, «el Mes de María», la Madre de Jesús, Dios– Hombre, y nuestra Madre espiritual con la riqueza inagotable de este calificativo. Aún hay más: la realidad controversia! de «nuestra Santa Madre Iglesia». Digo realidad «controversia!» porque en nuestro tiempo se discute y se vive su llamada crisis; y apenas se pronuncia el viejo nombre que se aplicaba con reverencia y ternura a esa creación divina, diciendo siempre «nuestra Santa Madre Iglesia»; mientras ahora, bien por apremio y concisión, bien por aseglaración y politización, decimos «la Iglesia», como quien dice «la consitución», «la ley», «el gobierno», «el poder diplomático y financiero». La «maternidad» de la Iglesia es infinitamente más que todo eso, y, a veces, nada de eso. La madre media americana, que puede ser la más sofisticada de nuestra civilización, sencilla a la vez, inmediata y con su aire resolutivo, ruega así 317
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