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tu corazón. -«Escucha propicio, Señor, a los que se humillan ante tu Ma– jestad». Es cuestión de filial humildad, o sea -corno diría Santa Teresa de «an– dar en verdad» ante el hecho de vivir, de morir transitoriamente y de per– manecer inmortales con el consuelo y la gracia de Dios. Es seria la cruz de ceniza sobre nuestras frentes. Pero los niños, en esa día, en el mismo comulgatorio, se miran y sonrién, cuando el polvo gris espolvorea sus cabellos y sus frentes deliciosas y recién estrenadas. Su sonrisa no es falta de respeto. Es naturalidad, es gracia de la vida y del Evangelio que arrostran lo real sobre perspectivas perdurables. ¿DONDE ESTA LA CUARESMA? -¿Dónde está la Cuaresma? El sentido dramático de la Edad Media dió origen al teatro cristiano con aquellas representaciones sacras que tenían lugar en los atrios y esplanadas de los templos. Los personajes principales de uno de aquellos dramas eran Doña Cuaresma y Don Carnaval. Sólo con nombrarlos, ya se supone que eran dos personajes rivales, sarcásticos entre sí y destinados a la destrucción. Doña Cuaresma era una dama enlutada, famélica, pesimista, aficionada a las lamentaciones de Jeremías y amiga de otra señora, la de la guadaña: la Muerte. Don Carnaval era un mancebo apuesto, entre Mefistófeles y Baco, no muy limpio por cierto, cínico y soez, chispeante y gozador de la vida. Estados Unidos no ha tenido Edad Media, salvo los templos, monasterios, castillos e imágenes que ha importado, piedra, a piedra de Europa. Quizá por eso le tientan la corte del Rey Arturo, Lancelot, el Car– naval y la Ceniza. Cierto que los carnavales han perdido prestigio ritual y callejero y han quedado en folclore y algo así como gloria nacional en diver– sas ciudades y países como Río de Janeiro, Niza, Venecia, Nueva Orleans. Pero siguen vigentes y esotéricos siempre lo dionisíaco y lo apolíneo, paralelos y antagónicos a la vez parcialmente, de lo cristiano puritano y de la contrarreforma. Pero quizá el Carnaval no ha desaparecido; sino que, como diría el poeta, «todo el año es carnaval». La secularización de Momo se ha civilizado. Los pulsadores de la vida contemporánea c;ue opinan que lo que contemplamos en la calle, en los espectáculos audiovisuales, en las mismas universidades y no lejos de los mercados y los templos, no es otra cosa que el establecimiento permanente y colectivo del carnavalismo como reviviscencia de las Saturnales y Bacanales de la Roma, que se divertía en– cima de las Catacumbas con cosas tan actuales corno la glorificación del sexo y el horror triunfal de guerras y crímenes y caos. Así se contempla hoy la mascarada humana que ni siquiera es alegre, sino tratamiento político esteticista. 313
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