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más o aprovecha la interrupción en el trabajo para el café o el almuerzo, y va de propósito a que le impongan la «ceniza», y a escuchar esta impresionante verdad: «Eres polvo, y en polvo te convertirás ➔>. Van con humildad y fervor. Diríase que van a comulgar. Y es verdad: comulgan la muerte y su destino, con la misma naturalidad y amor con que comulgan a Dios en la Eucaristía. Ahora hay la alternativa litúrgica! ¡Conviértete y cree el Evangelio! Es cierto que la idea de la caducidad y vanidad de todo lo humano, el placer, el dinero, la salud, el poder, de cualquier clase que sea, la misma vida y el gozo y la angustia de vivirla, conllevan, por su carácter efímero, un germen de malestar, de zozobra y desencanto. Sófocles decía: «puesto que hemos de morir, no nos es posible ser felices del todo». Sobre el rasqueo de una guitarra flamenca, Manuel Machado gemía: A todos nos han cantao en una noche de juerga coplas que nos han matao En realidad lo mismo para el estóico que para el epicúreo, para el santo asceta que para Don Juan, todo deja un acerbo sabor a ceniza. La violencia de nuestras vidas y espectáculos actuales lo mismo que sus placeres alucinantes saben ásperamente a moribundez y a pesadilla. Tanto la ciencia ficción como la astronáutica con sus contemplaciones inmediates de la luna «gris, desolada, fría y cenicienta» confirman la vieja melancolía de la poesía y del ensueño. Pero he aquí el contraste. El Miércoles de Ceniza, con su liturgia medieval y de las Cruzadas y de los Profetas de Israel, es acogida no como una desgracia inescrutable y fatídica, sino como un aliento ante la cruda verdad, como un gesto de esperanza y de valor, como una primavera de la eternidad. Ahí está el secreto cristiano de por qué van tantos fieles, y a veces incluso infieles, sin precepto especial y sí con voluntariedad, a recibir «la ceniza». Porque el dogma y la postrimería de la muerte no tienen ateos. El consumismo y la sociedad yanquis, los ejecutivos y los modistas de la Quin– ta Avenida aman la ceniza. En estas frases de la Liturgia de ese día podemos sentir el espíritu de esta introducción a la Cuaresma: «Oh Dios, mira propicio la debilidad de la naturaleza humana». -«Llorarán los sacerdotes, ministros del Señor, entre el vestíbulo y el altar y dirán: Perdona, Señor, a tu pueblo y no cierres los labios, oh Señor, de los que te cantan». -«Te apiadas, Señor de todos y nada aborreces de cuanto hiciste, cubriendo y perdonando los pecados». -Atesorad tesoros en el cielo donde no hay polilla ni carcoma que los destruyan, ni ladrones que abran boquetes para robar. Porque donde está tu tesoro, allí está también 312
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