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Algún día habrá una Navidad real. Algún día los pueblos del mundo se levantarán para rendir homenaje a los principios que asegurarán la paz. Pero la Navidad verdadera no se conseguirá con el mero despliegue elec– trificante de eslóganes o con miríadas de árboles centelleantes a lo largo de todos los caminos. La verdadera Navidad vendrá cuando los hombres hayan descubierto dentro de sí mismos la luz que puede frustrar las maquinaciones de los déspotas. La verdadera Navidad vendrá cuando en las naciones, tanto en la nuestra como en la de nuestros aliados, persista la voluntad valerosa de una conciencia liberada. Para lograr esta emancipación de los grilletes de ideologías modernas, debemos levantar un Arbol de Navidad que no se marchite al día siguiente de la Navidad: un árbol que se nutre de nuestros propios corazones y de ellos brota y extiende sus ramas de hombre a hombre, a la vez que une a todos en un mundo de amor eterno. Así es, y tal se expresa durante la Navidad el «sueño americano)) rico en altos ideales, utopías difíciles, inconsecuencias y frustraciones; sueño siempre a punto de realizarse bajo la luz cristiana y humanista en una sociedad de técnica y concordia. De parecida manera se manifiestan en Navidades y Año Nuevo las in– stituciones y corporaciones más temporales «secularizadas» a través de la Unión y del mundo: las multinacionales, las cadenas de grandes almacenes, las automovilísticas y petroleras, las agencias de turismo, e incluso sus pentágonos armamentistas. A los dos Hilton, Conrad N. y Baron Hilton, la luz que sale de una casita al pie de la colina, les sugiere en Navidad la lírica providencial que se añora desde los monstruosos hoteles con dos o tres mil camas. Alguien te ama. Cuando vuelves a tu hogar por Navidad o los niños regresan a su hogar y a tí y a la madre que aguarda, la luz que han dejado a la ventana es señal de interés y pensamiento. Esa linterna que te guía a la puerta es llamada de amor y te lo está diciendo. Ahí, dentro, mañana, habrá muchas más luces. en el árbol; 305