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304 El mundo recuerda cada año la Navidad con un estallido de generosidad hacia los parientes y amigos. Pero la mayor parte de los regalos son cosas materiales. La voz de lo espiritual se oye cada vez menos en la confusión de la multitud. Recitamos y practicamos los rituales, pero ¿cumplimos de verdad las palabras que expresa el verdadero credo? Estamos en tiempos de moral decadente y de materialismo craso. Los profetas antiguos son reducidos al silencio. Los pro– fetas nuevos buscan ventajas del compromiso con el mal, y ater– rorizan a la gente con un miedo extraño de la muerte. Dan por absoleto el heroísmo. «Jesús -arguyen ellos- más bien hubiera apaciguado al enemigo». La causa de resistir a los amos tiránicos con el riesgo de la muerte ha sido siempre acto heroico. En nuestros días se requiere de nosotros que compremos la seguridad a cualquier precio, incluso con la renuncia a principios espirituales y morales. El Gran Mártir de todos los tiempos, no tiene miedo a la muerte. Fue suya hasta su última hora la voz de la paciencia, de la abnegación y de la caridad y del perdón. No hubo vacilaciones en la prueba. La lección de la vida de Jesús, bien conocida para todos nosotros pero poco atendida, es la del martirio por un gran principio. Este principio ofrece fundamento firme para todas las relaciones y contingencias humanas. Es un principio de interés generoso, es en definitiva amor a los hombres. Las na– ciones no darán pruebas de tal principio hasta que cada in– dividuo no aprenda su verdadero sentido y lo reduzca a la prác– tica en su vida diaria. Hasta que el espíritu que penetró hace dos mil años, la vida y las enseñanzas de Jesús no lleguen a ser el código de la humanidad, habrá fricción continua, malentendidos y quizá guerra. Los pueblos no luchan de agrado unos contra otros. Son sus rec– tores los que acarrean las guerras y descarrían a las gentes oprimidas ocultándoles la verdad y acusando falsamente a otras naciones con la amenaza de un ataque. Es este el crimen más vie– jo de la historia. Somos conscientes de su impacto maligno en nuestros días. La verdad sólo puede sobrevivir a tal crimen cuan– do alcance los corazones de los hombres en cualquier parte.
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