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hay entonces dos estrellas: una en mí misma, y otra fuera en la ruta del cielo de la Navidad. Las figuras del teatro están siempre ocupadas, y especialmente en las Navidades y Año Nuevo en cuya solemnidad tiene buena parte el entreteni– miento. No hay tiempo para la sosegada celebración cultual o profana y el ocio hogareño, situación que goza la gente normal. Liza Minelli, por ejemplo, tiene que intensificar su labor profesional, entre luces que no son las del hogar o del templo. El reparto del musical «Anny» de Broadway celebra su party en el escenario, a cortos descansos. Los personajes llegan a sentirse quizá un poco «huérfanos», incluso «mendigos». Ann Magret tiene dos representaciones el día de Navidad, pero saca tiempo de donde sea para celebrar su Nochebuena, íntima y fantástica, pues dice que ella sigue «vien– do la Navidad con los ojos de mi niñez». Otros «monstruos sagrados» resuelven la cuestión -y es la manera más generalizada de conmemorar las Pascuas en USA- insertando en sus espectáculos, de cualquier índole que sean, motivos y escenas de Navidad, pasada o presente, popular yanqui o del todo exótica, en el marco de sus representaciones. Fantasía, luz, movilización de figuras vivas o electrónicas se desbordan, trepidante o sosegadamente, en las Noches buenas de la Navi– dad Norteamericana. Donny y Maria presentan su «especial» de Navidad con sus fulgurantes variedades, mientras los Coros y el Organo famoso del Tabernáculo Mormón modulan selecciones de «carols». John Denver y su compañía brindan sus espirituales y canciones campesinas, entre la nieve y los picachos y lagos helados de las Montañas Rocosas, con aleluyas y plegarias de gentes que llevan sus alientos como aureolas. Los colores variopintos de sus jerséis, pasamontañas, y rostros siembran acuarelas sobre la nieve. Lily Tomlin proyecta cada navidad ir a Cuernavaca a tomar parte de la misa «mariachi» que se celebra en la catedral. En las dos últimas semanas del Adviento se prepara la venida del Señor: El Señor está cerca. Hoy sabemos que viene. Y mañana veremos su gloria. La costumbre y las devociones suelen dramatizar la escena evangélica en la que José y Maria buscan albergue. Son las jornadas o «posadas» que se practican también en algunas iglesias católicas de Estados Unidos al estilo hispánico, como lo describen en los misalitos festivos. Se reconstruye el por– tal del Nacimiento delante del altar mayor, primero sin las figuras de Jesús, María y José. Al acabar los rezos del pueblo reunido, se ilumina el portal y dos hileras de niños vestidos de blanco inician la procesión llevando en sus manos velas encendidas. El Celebrante y los ministros se dirigen en pro– cesión a una puerta lateral de la iglesia. Después del primer verso de la can– ción «Oh pequeña ciudad de Belén», se hace el silencio. Alguien llama a la puerta. Entonces comienza el dialogo y la acción: 300
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