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y cantan la invitación ecuménica cristiana: «Adeste fideles! -fieles venid a adorar triunfantes y alegres al Rey de los Angeles». La ciudad encanto, caliente y húmeda con ensueños de «spanishmos», lianas y musgos y robles españoles respira el sol y el aire de «navidades blancas». Aún en las horas más sombrías de la vida, al llegar la Navidad, podemos recordar placenteramente y con garantía de que a cada uno de nosotros se nos han reservado algo de paraíso. Es la certidumbre de amor de Dios. El nos anima. Reaviva la belleza de las flores, de las estrellas y de los niños transfigurados por el pasmo que irradia de sus ojos. De los bosques, entre los árboles, sobre los lagos, bajo las palmeras de las playas, en los países de nieve, y desde el fondo de las chozas, de los castillos, de los hogares mediocres y tras los ventanales y vidrieras de palacios, espectáculos, y capillas fluyen y se escapan mensajeros del Dios de la Navidad, del nacimiento suyo propio como criatura humana, entre un hombre, José, y María, su madre. Es obligado, que nazcan para reinar, fan– tasías y entes de imaginación, y personajes ilustres y humildes que se cobi– jan en la gran verdad: en la aureola de oro y de sol y de luna que se desprende de los dogmas más formales. Vino el gordito y gozoso hombre de las nieves, Frosty, con la ilusión que se derrite de ternura por una blanca nieve. El cariño los ablanda de felicidad con la música y la voz de Andy Griffith, Jackie Vernon y Shelley Winters. Llega también, como recién nacido de jóven que es, Néstor, el tímido y callado Néstor, con los ojos entornados porque le acompleja el hecho de traer unas orejas tan largas que las arrastra. Es el Burrito Néstor, «el bur– rito Orejotas» de la Navidad. No vale para héroe. El Jo sabe muy bien, pues en todos los círculos sociales de sus congéneres, especialmente los de las burritas, es desdeñado y dejado aparte. Ah! pero él da muestras de extraor– dinario valor, coraje y brío cuando se ofrece a llevar al jovén matrimonio José y María, unos desconocidos en sus maravillosos jornadas a Belén. Allí felizmente se cruzan las miradas de María, José y Néstor ante el prodigio sencillo de Jesús en la cuna de paja. Por eso, todos los años, por la Navidad, vuelve Néstor a la televisión yanqui, y es recibido en todos los hogares. Entre los muñecos inmarcesibles que forman las huestes de los musicales animados y que va peresentando y personificando José Ferrer, va el inmortal Tamborilerillo. Rezan y cantan los golpes de su tambor en los oasis, villas y desiertos de Palestina, ante los sabios, sacerdotes y magnates orientales que confluyen en la ciudad de David, Belén. Se llamaba Aarón este muchachito que guió a los Magos a Belén: él por tierra, y la estrella, por los cielos. Aunque las estrellas artistas se hayan hecho para lucir en su reino 298
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