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les toca ejercer una hegemonía. Ligan su destino histórico con su vivencia religiosa. UNA SEÑORITA CATOLICA NORTEAMERICANA ANTE EL CRISTO DE VELAZQUEZ Y EL DE DALI La señorita Nancy Me Donell va los sábados a sustituir a la señora Lee Kast, secretaria de la Parroquia de San Brendan. La señora Lee se toma su fin de semana completo, y la señorita Nancy llena, gratuita y apostólicamente, sus funciones de empleada diocesana en la rectoría de San Brendan. Estas funciones, de ordinario, son: responder a las llamadas telefónicas, revisar expedientes, remitir pedigüeños al presidente de las Con– ferencias de San Vicente de Paul; oprimir botones en la centralilla para trasmitar conexiones y avisos a las oficinas de la Escuela Parroquial para la Hermana Principal o a las habitaciones de los sacerdotes asignados a San Brendan; informar de los horarios de confesiones y Misas en los sábados y los domingos; dar certificados de bautismo, confirmación, primera com– unión, bodas y defunciones; apuntar recados para los sacerdotes que en ese momento están ausentes; reseñar los domicilios y hospitales desde los cuales los enfermos requieren al sacerdote; registrar los encargos de Misas con su estipendio, y el día y la hora de su celebración; entenderse con sacristanes, jardineros y cuidadores del campo parroquial; recomendar anuncios de rebajas y precios especiales a la cocinera y al ama de llaves; cuidar esmeradamente-y evitar a veces con discreción-las visitas que vienen para el párroco, sobre todo si éste es monseñor; poner suprema y viva atención a los telefonazos de la Curia; y mostrarse condescendiente con todos, especialmente «con latinos y personas de color,)) pues son gentes que hablan mucho. En fin: los asuntos de rutina en los que se encuentra empeñada cual– quier parroquia. Un sacerdote español ha vuelto de sus vacaciones por Europa y le muestra a la señorita Nancy Me Donell, en el despacho, una reproducción del Cristo de Velázquez, del Museo del Prado. La señorita Nancy con– templa el cuadro interesada, y se queda perpleja con un ligero temblor en sus ojos grises. El Padre espera algunas palabras de aquiescencia devota, quizá alguna frase admirativa ante la piedad y la belleza de la pintura. Lo que oye es esto: ¡Es horrible! La señorita Nancy Me Donell no piensa retractar su juicio, ni siquiera por cortesía. La señorita Nancy Me Donell ha empleado sus energías incólumes de soltera madura americana para formular su dictamen, franco e ingenuo, ante el sacerdote español, sin que ello suponga desconsideración, sino sim– ple claridad: claridad que el sacerdote encaja y agradece. El sacerdote no se 28

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