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DESFILE DE LAS CRIATURAS: LA MULA Y EL BUEY El Evangelio no menciona animales en los episodios de la Natividad del Señor. Pero los libros apócrifos se encargaron de incorporar los animales al retablo de Belén. El pseudo-Mateo narra: Al tercer día después de la Natividad de nuestro Señor Jesucrito, la bendita María salió de la cueva y entró en el establo, y puso al Niño en el pesebre, y el buey y el asno le adoraron. Así se cumplió lo que había dicho el Profeta Isaías: El buey conoció a su dueño, y el asno la cuna de su amo. Los humildes animales, tan cerca del Niño, pasaban largos ratos en adoración. Entonces se cumplió lo que dijo el Profeta Habacub: Te diste a conocer entre dos animales. En los nacimientos de ahora, la mula y el buey están en silenciosa adoración. Pero en Belén fue otra cosa. La mula y el buey no solo adoraban. Hacían además sus comentarios y rumiaban sus pensamientos y fantasías, mientras María y José vivían el divino Misterio. Poco antes de la media noche feliz, la mula y el buey observaban in– trigados cómo María disponía ropas y ajuar. La mula confidenció con el buey: ¡Cuánto tenemos que admirar a los hombres! Mira lo que están haciendo con sus manos y sus brazos. Mucho más de lo que nosotros hacemos con nuestras orejas, pezuñas y lomos. Viendo el trajín de el puntualizó: -Parece que están preparando algo así como una cuna para un niño. María percibió el diálogo de los animales, y les animó: -Ya podéis prepararos. Me parece que esta noche os vamos a necesitar. Sin entender demasiado, los animales se dispusieron a dormir. En la paz de la noche, una voz, como venida del cielo despertó a los animales. Y vieron a un niño desnudito en el pesebre. María lo arropaba. Los animales se miraron comprendiendo, y empezaron a respirar despacito y suavemente hacia el cuerpo del niño y con mimosos movimientos de sus hermosas cabezas procuraban alcanzar con su aliento todas las partes del cuerpecito para darle calor. María se lo agradecía sonriendo. José, de vez en cuando, pasaba su 290