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la Navidad de los Estados Unidos. Se da el caso de que este país, famoso por su actividad organizada y fría, y, por consiguiente, por su nerviosismo febril, y no siempre bienhumorado, en Navidad se transforma en una Ar– cadia de paradójica actividad; actividad, sí, pero amable, soñadora, in– genua; de Walt Disney, de San Francisco de Asís y de los dos primeros capítulos del Evangelio de San Lucas. El ajetreo proviene de las fiestas, los manjares y bebidas, los juguetes, los vestidos y prendas que hay que estrenar y, particularmente, de los aguinaldos, regalos y tarjetas de Navidad que hay que llenar y enviar con la delicadeza de los colores, de los versos, de las plegarias celestiales y laicas, como infinitas sonrisas empaquetadas por manos de arcángeles y hadas, de común acuerdo y entrelazando sus manos. Para cumplir con tanto delicioso compromiso lleno de fatigas, hay que venir pensándolo desde mucho antes. Por lo menos desde la Fiesta de Ac– ción de Gracias, en los finales de noviembre. No se puede prescindir de un aviso: «Atención a la lista de Navidad». La abuelita Edith Clark, muy devota y poetisa, lleva siempre en su bolso santamente manoseado el cuadernillo de direcciones de sus amados compromisos navideños: las personas a quienes hay que enviar con amor y agotamiento saludos y regalos. Al principio y al fin de su lista, la abuelita Edith ha escrito: «Atención a la Navidad». Entre las menudencias de su bolso, hay un viejo christmas en el que se pueden leer los versos de Eugene Field: «La Estrella de Oriente»: Estrella de Oriente, que hace tanto tiempo guiaste a los Magos en sus jornadas. Pesadas eran las noches. Pero gracias a tu fulgor la gracia y la ternura, llenaban la tierra soledosa y sombría. En ese tu amor todos vemos la esperanza. Lo que ahora apremia son los regalos rituales y los saludos de Navidad. ¡Atención a la Navidad! Escoger tarjetas, escribirlas cada una con un saludo lo más personal posible; visitar las tiendas y decidirse por los ador– nos del árbol y de los paquetes; contemplar los nuevos ingenios para sor– prender con halago; extasiarse, sin perder tiempo ante las maravillas de los juguetes y de las criaturas mecánicas que acaban de llegar de países remotos, del mar, del cielo y del espacio exterior, para producir sonrisas de infantilidad y ensueño; redescubrir las calles y los edificios trenzados de luces y de campanas, pausadas y acariciantes: y dar y recibir los rápidos «Feliz Navidad y Año Nuevo» que se cruzan entre parientes y amigos, y especialmente los saludos más simpáticos, los que surgen, sin pensarse, en– tre desconocidos, hoy hermanos en la próxima Navidad. De improviso, la abuelita Edith se pone un poco triste, y desearía ser predicadora, para evangelizar como el mismísimo Bil!y Graham, pero no 288

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