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Cristo, Salvador del mundo, se incorpora fraternalmente a la humanidad, y se caracteriza en formas y gestas inagotables en cada tiempo, espacio y alma. Su Cristianismo, su Cristo, reviste manifestaciones iden– tificables en cada país y en cada individuo. Tal es el alcance de esta designación «Cristo Yanqui.» La peregrinación de Arthur Blessitt nos iba a recordar que en la realidad íntegra norteamericana Jesús es parte importante, imprescindible de «la herencia americana,» de su patrimonio total. Edwin, en su Historia de América, 1966, resume: En la historia y en la vida americanas, en el orígen y enriqueci– miento de su «herencia,» el papel de la religión ha sido siempre significativo, y a veces, crucial. El examen de esta cuestión es tan vital y legítimo como lo es el estudio de cualquier otro aspecto de la América del pasado. Por complejo y controversia! que sea este aspecto religioso, no se puede ignorar sin deformar la experien– cia americana. La controversia y lo variado de las denomina– ciones religiosas enriquecen, más que empobrecen, la democracia y el proceso educativo y cultural. Y añade, apuntando directamente ya a la religión de que se trata: Cuando se atraviesa un horizonte nunca visto, no solamente se ve un mundo nuevo, sino que se lo crea. El descubrimiento de América está ligado a Cristo y a su Iglesia por el mismo almirante descubridor y por su Reina Isabel de Castilla. Entre las causas de la exploración del Nuevo Mundo: provecho, curiosidad, aventura, amor al oro, ocupa lugar eminente el Amor a Dios. Quizá habría que especificar: con su gloria y la salvación de las almas. Reconocida la trascendencia histórica, pasada y presente, de lo religioso cristiano, hay que admitir a la vez que este cristianismo se mezcla y a veces se diluye con otras actitudes culturales. Pero, en general, se comprueba que estas mezclas y emulsiones-el famoso y discutido «melting pot))-, en vez de disminuir su auténtico cristianismo, lo depuran, lo acrisolan, lo fecun– dan y lo afirman en medio de las demás creencias y conductas, y, aunque en parte lo influencien, promueven que ese cristianismo se revierta, leal y vigilante, sobre la vida americana. Así es lícito afirmar que el modo americano de vivir impregnado de religiosidad, con una piedad abierta a todos los lirismos y desviaciones correspondientes e inevitables. También es propio de la actitud religiosa norteamericana, en cual– quiera de sus realizaciones, personales, comunitarias y políticas, con– siderarse en misión universal para difundir su democracia y sus libertades. Es fenómeno que se da siempre en los pueblos a quienes de alguna manera 27

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