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medievales, reproducen en vivo el Nacimiento tal como lo inauguró San Francisco de Asís en 1223, en Greccio. Los bienaventurados irracionales no podían quedar fuera del ciclo navideño. La sección televisiva «Mira y vive» les dedica un estimulante estudio sobre la significación de los a1:.imales en los relatos y la iconografía religiosa del misterio. Los muñecos, las marionetas y los «cartones» pueblan la Navidad de fantasía y ternura de lo inanimado que canta, se apa– siona y se extasía. Así «El pequeño tamborilero», «El niño que asistió a la primera Navidad», y «La Navidad perdida y hallada», mientras los in– numerables Santa Claus de almacenes, tiendas y calles, regalan simples ilu– siones dudosas y perciben por su rudo trabajo un salario apenas simbólico. La canción navideña posiblemente más americana es la repiqueante «Jingle Bells», que suena doquiera sin descanso. Entonces ocure, descendido de los cielos, lo que es siempre acontecimiento musical en la cristiandad de Estados Unidos: la melodía y la tempestad bíblicas del Organo del Tabernáculo y las Cuatrocientas voces de la Sinfonía de la Juventud Mor– mona de Salt City. No es solamente armonía; es esplendor de criaturas lim– pias e iluminadas por el rigor de la Reforma y del Barroco. Todos los evangelistas que inspiran, adornan y conmueven a multitudes yanquis y no yanquis en este país y en los de más de Occidente y Oriente, proclaman y cantan, vibrantes y extáticos, como, por ejemplo, lo hace Oral Robert «el sueño de Navidad» en que se convierte en este santo tiempo «el sueño americano». No en vano se reproducen también, como en la caballeresca Inglaterra de la Edad Media, los Dramas y Misterios de Chester, en representaciones de temas bíblicos. LA PAZ SE REQUIERE SIEMPRE No todo es paraíso en el tiempo de Navidad en Estados Unidos, ni si– quiera en el ámbito de las ideas e interpretaciones prácticas de los mensajes de paz, de buena voluntad y de inteligencia entre los humanos, incluidos los representantes de las diversas confesiones. Se echan de ver excesos de celo, suspicacias y denuncias de actitudes recíprocas, aunque fundamentalmente predomine la serenidad correcta. El mensaje de Navidad a los cristianos, es expresado por muchos judíos: «Estoy encantado de que lo hayas encontrado, pero yo no lo necesito». Tal fue la reacción a una campaña emprendida por doscientas iglesias del Sur de la Florida con ese eslogan «He aquí la vida». Formaba parte de la promoción del evangelismo actual de amplitud nacional que se centraba en esta llamada que semanas antes aparecía, breve y fre– cuentemente, en las pantallas de televisión con recuadros de diferentes rostros de personas de toda índole que exhibían o pronunciaban esto: «Yo lo encontré». Tras una temporada de suspense repetido y en crescendo, determinaban lo que habían encontrado. Era «Nueva vida en Jesucristo». 286
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