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El interés yanqui calvinista por todo Jo material como confort y premio de la espiritualidad en sus aspectos integrales, incluído el espacio exterior, se auna con la multitud de patrias inmigradas en este suelo, de suerte que la difusión de Jo navideño satura a los Estados de la Unión e intensifica las añoranzas múltiples y el encanto de lo exótico. A través del «Ancho Mundo», la pantalla recoge la tradición navideña del Circo de Navidad de Billy Smart, de Londres, con sus payasos y chim– pancés exhibiéndose más graciosos y más deleitables brutos que nunca, respectivamente. Las «noches zapatías», mejicanas se quedan por entonces en villan– cicos entrañables para incorporarse al festival del «vecino del Norte», que las escucha encantado. «Robín de los Bosques» trae en sus aventuras el co– lor de los pinos y abetos de la estación. Quizá los que más muestran su apego a la Navidad son esos extraños seres, caprichosas criaturas, que ante el júbilo de los pequeños, todos los años nos hacen ver y ser como ellos, «The Grinch robó la Navidad», en medio de músicas escalofriantes. La in– sustituible cómica Lucille Ball, como la desatada «Mame» nos hace oír en su intervención la canción «Nosotros necesitamos una navidita», una pe– queña Navidad. Caro! Burnet, la otra graciosa nacional, deshoja «Mi libro Coloreado» con ilustraciones de gente pobre, risueña y soñadora, tan típica de la Navidad de Carlos Dickens y el buen corazón de los humildes. Pero es Jaky Gleason, el «número uno» quien ritualmente todos los años revive, en el escenario de cristal y del arco iris, a todo color, la realización de las maravillas de un hada, todas creídas y vividas por el tonto, en el tiempo de Navidad, con escenas de tanto júbilo, interior que empujan fuera las lágrimas de lo increíble y sin embargo cierto. No faltan a la cita los inacabables seriales o novelas que en su fértil en– cadenamiento de sitauciones dramáticas, sofisticadas y húmedas de con– trariedades y amor, se las arreglan para que ello acontezca también en un día de preparativos o de la víspera de Navidad en torno al árbol, la mesa bien provista, los vestidos que se estranan y los brindis en que la trama sub– siste disfrazada de alas de arcángel, por lo menos en el sosiego de la Navidad sin pasiones. Ni siquiera Louise Lasser es excepción a la apertura de la Navidad en su serial «Mary Hartman, Mary Hartman», enervante por su constante «interior» de actitudes, medias palabras, gestos suspensivos, circunloquios febriles y muebles venidos a menos. Luego la televisión se lan– za a un «Nación de Naciones» realizado en Chicago, en su Museo de Cien– cia e Industria con la representación de más de veinticinco grupos étnicos de Estados Unidos que se estremecen junto al árbol y las escenas de Belén, el Portal y sus cortes de ángeles, pastores, reyes magos. Celebran la Navidad según las costumbres de sus tierras patrias, entre ellas, como una sinfonía, suenan y se contemplan Italia, Islandia, Grecia, Japón, España, Polonia, Vietnam e Israel. Holanda espera a «San Nicolás» no viniendo del Polo Norte en esquí, sino de España en una balsa y ahora en avión. Sorprendente es la costumbre de los campesinos de Italia Central que, vestidos con trajes 285

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