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teológicos o eclesiásticos por el diálogo Dios-Hombre, más simple más fun– damental. La novedad es difícil debajo del sol. Pero lo es más la actitud del alma frente a la majestad de lo religioso. Es demasiado horizonte para que en él podamos hundir nuestra mirada con gozo y alegría de acabamiento. La religión es una vida en marcha, pero dentro de un desierto y edén ili– mitados. Alg_o de esto es América en todos sus aspectos, y hay que repetir, como de cualquier profundo amor, el puro verso de Angston Hughes: ¡Oh! dejad a América que sea América. Esa tierra que nunca ha sido aún, y que aún debe serlo ... UN ESTADOUNIDENSE EN MADRID A principios de los setenta llegó a Madrid el norteamericano Arthur Blessitt, el «nazareno» peregrino, de treinta y un años, que lleva cinco recorriendo el mundo con una cruz a cuestas y con su alma y sus palabras dedicadas a Jesús. Le acompañaban su esposa Sherry y sus cuatro hijos. Su paso por la capital Madrid removió interés y conciencias, particularmente en los jóvenes, que veían en él algo así como un testimonio de sí mismos, mientras los mayores se asombraban y recelaban de estas «modas» a las cuales parece plegarse nuestro curioso mundo. Arthur Blessitt afirmaba «vivir sólo para y por Jesús.» Es casi la fór– mula litúrgica de la Misa: «Por Cristo, con El y en El.» La actitud de Ar– thur Blessitt es una consecuencia, según él ha manifestado, de sus conviven– cias con las comunidades «hippies» de California, estado en donde se inició el Movimiento de Cristo. Mr. Blessitt parece un actor de cine, entre vaquero del Oeste y deportista universitario del futbol americano, es decir: galán al día. No vamos a decir que él es el <<Cristo Yanqui». Esta expresión, paralela a tantas otras como Cristo Negro, Cristo Latino, Cristo Oriental, la empleamos desde algunos años para encabezar una serie de artículos acerca de la espiritualidad del mundo yanqui. En todo caso, este americano, Ar– thur Blessitt, y esa cristiandad norteamericana son influencias y resultados de la acción del Hijo de Dios vivo e Hijo del Hombre, de nuestro Señor Jesucristo, de quien dice San Pablo: «Cristo Jesús, quien existiendo en for– ma de Dios, no reputó como botín (codiciable) ser igual a Dios, antes se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hom– bres: y en la condición de hombre se humilló, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.>> (Flp. 2, 6-8; Trad. Nácar-Colunga) De su Divina Persona y de su naturaleza humana fluyen sobre la historia y sobre los hombres y todo el universo luces de divinidad y de humanidades, como el gesto de este Arthur Blessitt que exhibía «a su manera» un viacrucis ambulante. 26

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