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formación que ella tenía la recibió de su madre, de un hermano suyo, estu– diante e instructor en el Dartmouth College, y de su aplicación personal a la Sagrada Escritura y los Clásicos. A los dieciocho años, abrió una escuela que dirigió hasta su matrimonio con el abogado de Newport, David Hale. Enviudó a los cuarenta y cuatro años, con cinco hijos. Fue novelista, poetisa, periodista y feminista por sus escritos, y por sus empresas de in– terés para la mujer. Le fascinaba la idea y la tradición de dar gracias a Dios por la cosecha y demás beneficios y bendiciones, tal como tuvo su origen entre los americanos ya establecidos en 1621, cuando se implantó esa costumbre por el Gobernador William Bradford, a consecuencia de una abundante cosecha que llenó de júbilo a los indios y a los colonizadores, los padres peregrinos, hombres y mujeres ascetas, de Plymouth. Sarah sabía que durante la Revolución Americana, el Congreso Continental había propuesto un día la año, de amplitud nacional, de Acción de Gracias. Tres presidentes, George Washington, John Adams y James Madison, habían decretado esporádicamente días de plegarias y de gratitud pública. Bastante antes de llegar la Guerra Civil, Sarah publicó varios artículos sobre la extensión nacional fija de tal fiesta. Escribió a varios gobernadores de estados y a los tres predecesores de Lincoln en la Casa Blanca: Millard Fillmore, Franklin Pierce y James Buchanam. En septiembre de 1863, se dirigió directamente por carta al presidente Lincoln, considerando un honor exponerle «un asunto de profundo interés, para ella, y también para el mismo presidente de los Estados Unidos». Su ardor acostumbrado resaltó la urgencia de proclamar «el día de manifestación de nuestra anual Acción de Gracias en día nacional fijo, como tal fiesta». El secretario de Estado William Henry Seward, le contestó con buenas palabras y felicitándola por su celosa campaña. Le decía a la vez que el Presidente la había manifestado que ya se habían espoliado bastante los den,chos de los estados con ocasión de la guerra, y que no quería usurpar ningún derecho más, puesto que cada gobernador gozaba de la facultad de designar en su territorio el día anual de la Acción de Gracias. Sarah insistió en la convenciencia de que se fijara una fecha única para la fiesta en la nación entera. Parece que Lincoln reflexionó y sacó en consecuencia que, en cuanto él sabía, el tal uso tuvo su origen más bien en una costumbre que en una ley constitucional y que él, aunque presidente, sin calcular las facultades de nadie, «tenía como suyo el derecho de dar gracias a Dios como Gobernador». Y proclamó el jueves, 26 de noviembre de 1863 como Día Nacional de Acción de Gracias. En el documento se decía: El año que va a terminar ha estado lleno de bendiciones de los frutos del campo y de benignidad de los cielos. Ante todas estas bondades, que tan abundantemente gozamos, olvidamos la fuente de que proceden. Se han añadido otros favores de tan ex– traordinaria naturaleza que no pueden menos de tocar y 271
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