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a los americanos a que hagan partícipes a los que en el extranjero sufren hambre. Yo apremio a que el pueblo americano realice donaciones per– sonales a la caridad religiosa o seglar para combatir el hambre y la desnutrición, y a mantener el concepto de la Acción de Gracias, para que podamos promover una celebración universal en una comunidad más perfecta dentro de nuestra nación y a lo ancho del mundo hasta lograr que un día nadie en ninguna parte sufra hambre. En testimonio de lo cual, lo firmo el día 20 de octubre del año de nuestro Señor 1978, y 203 de la Independencia de los Estados Unidos de América. Jimmy Carter Lo que más caracteriza actualmente las fiestas -con su inundación deportiva, sus «puentes» y su folclore- como preámbulo y muestra de la prometida cultura del ocio, es la dispersión del hogar y de la urbe, el lan– zarse por las autopistas y acampar y vagabundear por montañas, hoteles, playas y valles. ¿Por qué no constituir todo esto una oportunidad para que la gratitud a la naturaleza, a su Creador y al ingenio y arte del hombre, surja espontánea en el aliento de cualquier hijo de Dios? De hecho muchas gentes recobran su sentido y goce religioso en este acercamiento y comunión con otras gentes, los paisajes y el sosiego, que nunca llega al reposo transfigurante del templo y del hogar. Para el cristiano norteamericano la solemnidad número uno es la Navidad. Muy a la par de ésta, el Día de Acción de Gracias, «Thanksgiving Day». Es un bello preámbulo y apertura oficial -y comercial- de una estación encantadora -la PreNavidad- que glorifica el encuentro de otoño e invierno. Los deliciosos compromisos, llenos de fatigas, para preparar la fiesta del Nacimiento del Señor, hay que venir pensándolos desde mucho antes. Por lo menos desde la citada fiesta de Acción de Gracias, en pleno otoño. Su conexión con las alegrías navideñas estriba, no sólo en las salutaciones, las oraciones y los brindis, sino también por la cola– boración de los pavos, imprescindibles e innumerables. De las granjas, pasando por los supermercados, vienen a posarse deslumbradores y fragantes, llenos de resignación y ternura, sobre las mesas escarchadas de oropel, lentejuelas y amistad. Así renuevan la presencia y la piedad de los sempiternos «padres peregrinos». Se transfiguran los americanos, felices y modestamente orgullosos de serlo, doquiera se encuentren: en un «apolo», levantando polvo en la Luna o misionando la tierra con el «Viva la Vida». Acaba de celebrarse, según la nueva liturgia, el rito de las antiguas Témporas, ordenación bíblica, que se definen ahora: «Las Témporas son días de acción de gracias y de petición que la comunidad cristiana ofrece a Dios. Terminadas las vacaciones y la recolección de las cosechas, hay que emprender la actividad habitual». El aspecto de los humanos, de la ciudad y 268
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