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calabacines de todo Estados Unidos, tome asiento imperturbabable, a con– templar algún partido de fútbol americano entre los fervorosos expec– tadores y que sus jardines de encantamiento, manipulen la pelota apepinada y los amontonamientos de los acorazados jugadores. Es una noche amable y mágica, tan natural como la sosegada rutina con que el yanqui vive su vida. Las bandadas de niños y niñas retornan a sus hogares a contar sus ingresos, mientras sus papás se van quitando los disfraces. Acaso los mayores pro– longuen en calles y salones la diversión hasta la madrugada. Pero esto es una latinización del carnaval, cosa que no intenta serlo el Halloween. El tiempo de Halloween tiene valor psicológico y familiar. Es opor– tunidad de vivir una ilusión a tono menor, de alquilar barato una per– sonalidad que no se toma muy en serio con sólo apoyar una careta sobre el rostro de un niño o de una niña irreversibles y que se divierten con los rasgos de un personaje por alguna razón famoso. Este año han estado de moda Kissinger, Jimmy Carter, Barbara Streisand, y las cantantes Supremes. Pero los rostros de éxito permanente son los acostumbrados de monstruos, gorilas, payasos y los muñecos de los dibujos animados y de las marionetas. Cuando asoma la inflación se venden menos caretas, y algunos comer– ciantes ven su negocio no rentable y vaticinan que también el Halloween va a engrosasr la lista de gentes y cosas que se fueron con «Lo que el viento se llevó». Los que siguen impertérritos haciendo gala de las fantasías, regalos que salen del caparazón cucurbitáceo son el perro Snoopy y su amo Charly Brown, el niño bueno y pensador, a quien no creen ni las niñas que lo ad– miran. Experimenta la doble decepción de no ser profeta en su patria ni por supuesto en la ajena. La consagración dulce del Halloween es el postre na– cional de estas fechas: el «pumpkin pie», la tarta de calabaza. La celebración del Halloween tiene otra alternativa. En vez de llevar los niños de casa en casa por la vecindad, se opta por celebrar una fiesta en el hogar. Aunque los orígenes de la celebración se remonten a casi 2.000 años, cuando las fantasías o creencias populares se tornaban más en serio, lo que ahora queda se ha reducido a juegos y disfraces inofensivos. Los colores naranja y negro siguen asociados con el Halloween por simbolizar al principio el contraste, la madurez de las cosechas -el amarillo naranja- y el negro de las vestiduras eclesiásticas antiguas para celebrar la memoria de los difuntos. La colecta se hacía «para los dioses», quienes se creía que tornarían venganza de los pobres granjeros que no contribuían. Lo actual de celebrar un party, por contraste, puede ser más ahorrativo. Muchas familias lo van prefiriendo. Los padres disponen en sus casas algunas golosinas, la mayoría de ellas confeccionadas y aderezadas de frutos y harinas naturales, que son sanos y no demasiado caros. Se dice que hay que armonizar la salud del alma, del cuerpo y de la bolsa. Pero en cual– quier caso los niños que han de llamar al portal de cada casa requiriendo con su discreto bullicio el obsequio de Halloween no pueden ser olvidados. Si alguna golosa ama de casa está dando cuenta de los dulces para los visitantes infantiles del atardecer, no faltará una hipotética criadada o un 266
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