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de primaveras yanquis; y el esplendor clásico de la columnata circular, el Jefferson Memorial, quizá el más impresionante monumento nacional, según algunos, y la estatua de bronce del artífice principal de la Declaración. En sus muros se leen uno de los más significativos pensamien– tos: Dios que nos dio la vida nos dio la libertad. ¿Pueden estar seguras las libertades de la nación cuando perdemos la convic– ción de que esas libertades son don de Dios? Los predicadores panegirizan: Hoy comparecemos ante Dios para profesar delante de todo el mundo nuestra fe en que la libertad no es el fruto ni de una política acertada ni del poder militar, sino un don de Dios. La inmarcesible adolescencia política de este país, quisiera ser cada 4 de julio e1 firmante de la Declaración: John Hancock. Firman los 56 representantes de las colonias. Entre ellos, hubo un católico: Charles Car– roll Carrlton. Ahora, son cincuenta millones de católicos romanos que la exaltan, ecuménicamente al lado de los demás cien millones de creyentes yanquis. Es actual enfrentar la Declaración con el comunismo. Pero no basta ser anticomunista. Por americano y por católico hay que ser americanista y declaracionista. Se celebran fuegos artificiales, excursiones en lugares públicos y elegidos de la naturaleza de la «bella América», se can– tan canciones espirituales y campesinas, se viven kermeses y se brindan comidas con líquidos espirituosos y suaves, al cobijo de los colores rojo, blanco y azul de la bandera. Es un privilegio alegre ser americano, pero también es responsabilidad. Declaramos la independencia de Inglaterra. Pero también nos urge requerir la independencia de la injusticia, del egoísmo, del abandono de Dios y del olvido de esta fecha, 4 de julio. La liturgia incorporada a los libros rituales de todas las confesiones y forma versículos de salmos con estos requerimientos y recomendaciones. No debemos encerrarnos en nosotros mismos. Hay que tener el valor de abrirnos en el amor y en el servicio a todo el pueblo de Dios. Nos interesan las causas de todos, y e5pecialmente el amor de Cristo. ¡Creemos una tierra, nuestro país, apto para la verdad y la justicia. Que las bendiciones levíticas de la Biblia y los anhelos bendecidores de San Francisco de Asís nos hagan ver el rostro de Dios! Ya que todo es navidad, y el desafío principal es el del Reino de Dios. Más que la abundancia y la afluencia, apreciamos la sabiduría del Evangelio. El bienestar de la nación y del mundo es nuestra empresa. Hay muchos motivos para considerar la Declaración del 4 de Julio como un documento religioso, en el sentido en que fue así concebido por mentes piadosas, y expresado como con piedad y culto y así continúa vivién– dose, y realizándose. 263
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