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el mundo. Todo el que vive aquí, si tiene algo de cerebro, debiera arrodillarse cada día y dar gracias a Dios por América. En verdad que hay entre nosotros muchas iniquidades e in– justicias; pero en conjunto, y esto es lo principal, cada uno en– cuentra una situación, siempre mejor de la que podría esperar en otras tierras. Con estas ideas y su relativo valor para todos los habitantes de cual– quier país, los americanos celebran su 4 de Julio con las solemnidades y gozos del Señor, hasta penetrarlo de la liturgia cristiana de la misa del día. Piensan y oran: Cristo inspiró el mensaje de nuestra fraternidad. Su mensaje se hizo forma en la visión de nuestros padres cuando modelaban una nación donde los hombres vivieran unidos. Ese mensaje vive en realidad como empresa de los hombres de hoy y como promesa del mañana. Te agradecemos las bendi– ciones del pasado y logros que, con tu ayuda, llevamos al cabo. En las iglesias romano-católicas, los fieles exponen su actitud: Como católicos seguimos interesados en que tales derechos no se nieguen a nadie. Nos referimos a la actitud para con aquellos con quienes compartimos las bendiciones de nuestro país. En estos días nadie puede ya alardear de tolerancia, pues no es exclusiva de nadie, sino conducta de todos: el blanco hacia el negro, y el negro hacia el blanco, el gringo hacia el chicano y el chicano hacia el gringo. Como católicos y americanos no podemos contentarnos con imágenes borrosas pasadas, ni quedar satisfechos con la mera tolerancia. Ni sólo con la convivencia, participación social, beneficencia y generosidad. No sólo dinero, sino respeto, dignidad, cordialidad, amor. Jesús está repitiendo, confirmando las palabras de la estatua de la LIBERTAD «Venid a mí». En esta fiesta conmemoramos el «nacimiento de nuestra nación». La estatua de la Libertad enciende en su antorcha los versos de Emma Lazarus, y aspergea de ilusiones y esperanzas alguna vez, de resentimientos irrestañables - a los que llegan a su bahía. Pero es a la vez diosa exigente de responsabilidades de igualdad, justicia y oportunidades, que no son prerrogativas de pocos. Son dones celestes, luego debemos alabar y dar gracias al Señor por este oráculo de la libertad. Los «padres» reconocen que sus derechos vienen de Dios, y que sin El no habría derechos humanos. Cierto que el documento no comienza con el reconocimiento de Dios. Ello no implica exclusión. Hacia el final, se con– tiene expresamente la afirmación sólida en la que los patricios testimonian su «dependencia de la Divina Providencia». Sin ella no hay libertad, ni esperanza ni sentido de libertad. La divisa del país, de nuestra raza múltiple, es «Confiamos en Dios)). Sus momumentos la confirman. El Obelisco de Washington vela como dedo ritual e impone silencio en el aplomo del complejo monumental de la Federación. Y el Capitolio al norte, la Casa Blanca; al oeste, el sagrario espontáneo de Lincoln. Al sur, a través del Tidal Basin, los cerezos heraldos 262
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