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Iglesia de los Fundadores de la Ciencia Religiosa, repetía algo tópico en U.S.A. ¡Qué privilegio es para nosotros no sólo el vivir en América, sino creer en aquello por lo que subsiste! Ante una bandera de diez metros por siete, prendida a un mástil de veinte metros decía: Esta bandera ciertamente no se nos ha dado por la Iglesia como tal, sino por los miembros de nuestra Iglesia que necesitaban una bandera y han recogido el dinero por bares y domicilios. Otro de los consejores, John Ferraro, se expresaba así: Con harta frecuencia en un reciente pasado, los patriotas y aquellos que aman esta bandera han sido considerados an– ticuados. ¡Dios bendiga a estos anticuados! Necesitamos más de ellos. El católico Padre Sheridan urgió a sus oyentes a que puesto que todos participamos aquí de un mismo destino, mostremos nuestra gratitud al Cielo por las bendiciones y bienes únicos de esta tierra. El rabino Magnin, que a sus 84 años, sigue desempeñando la jefatura espiritual del templo reformista del Oeste, se ex– plicaba: Si ha habido un tiempo en la historia indicado para pensar y reflexionar, es éste en que vivimos ahora mismo. Y precisaba: Hemos de distingir entre un patriotismo de labios afuera y su realidad, entre la religión verdadera y la religión de palabrería, entre la sofistería y el sentido común. Debemos devolver a nuestro país el sentido de la decencia. Y el humor. Esto es ver– dadero en el campo cultural, en el político y en cualquier otra área. Siempre hemos atravesado crisis como esta de hoy o peores. Logramos sobrevivir porque la mayoría de las gentes americanas son honradas, sus corazones son buenos. La mayoría, o por lo menos una fortísima minoría, creen y confían en Dios. He viajado mucho al extranjero, especialmente para ver sus museos y colecciones. Pero nada he visto comparable a la estatua de la Libertad: No es una gran obra de arte, desde luego; pero es la Old girl, la vieja muchacha, más bella que he visto en 261

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