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razón algunos rectores de la opinión pública quienes opinaban, -como los buenos periodistas- que la complejidad de las cosas era demassiada para que la aceptara el hombre de la calle. El reconocimiento de esta verdad fué lo que hacía sólo cuatro años -1972- ocasionó la boga del gobernador de Alabama George Wallace, aunque él mismo no deba confundirse con el hombre de la calle, el americano leal. Hay que atribuir al candor yanqui -que algunos juzgan in– genuidad provinciana o bonhomía, y otros espontaneidad maquivélica reac– ción del referido demócrate sureño George Wallace en su viaje a Europa, en silla de ruedas, durante las elecciones primarias del 76. Los ingleses le en– contraron divertido, cuando preguntado acerca de la «detente», contestó: «Es una pomposa palabra francesa, Es sencillamente caminar juntos». Más tarde confesó que su viaje a Europa fue idea de sus ayudantes. «Uno puede aprender lo mismo por los libros y la televisión. No había pen– sado que este viaje fuera neceasario». En resumidas cuentas, a él le in– teresaba saber si Europa estaba a favor o en contra de U .S.A. Hasta sobre España habló ingenuamente. En un encuentro con el comisionado del Mer– cado Común, Albert Borschette, le declaró. «No puedo entender el alboroto de Europa por la ejecución de terroris– tas que asesinan policías». Con sonrisa helada, Borschetter replicó que los europeos conservan todavía fuertes sentimientos acerca de la guerra civil en la cual Franco logró el poder. Wallace replicó: Nosotros luchamos contras alemanes y japoneses y ya los hemos perdonado, ¿por qué Vds. no han de poder perdonar a los españoles? Por mucho que se hable de la opulencia de los americanos, siempre re– tienen un cierto perfil y vigor espartanos, bien sea, por su lenta reacción -otro mito-, bien por su radical optimismo embridado. Rasgo americano es anticipar el futuro con optimismo. Pero en 1974, y aún en el 79, el talante era el siguiente. La confianza se iba al garete en marea baja por una serie de dificultades que amenazaban proseguir in– definidamente: preocupaciones por las dos Ees: Economía y Energía, las relaciones con los japoneses y los europeos, por no hablar de la siempre en riesgo, la detente con los rusos y el fulgor siniestro de Watergate. La Universidad, incluida su juventud, se preguntaba: -¿Puede una cosa delineada en el siglo XVIII lidiar con los vastos y complicados problemas de hoy? Porque después ha sobrevenido otros trances: el petróleo, la CIA con sus clandestinidades y obscuras razones, la desmoralización en todos sus aspectos, la mayor conciencia de la innata imperfección de todo lo humano, incluso lo yanqui, la reflexión creciente que de sus elementos de poder y for- 255
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