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Este mecamctsmo, calculado y cronometrado institucionalmente y avalado por veinte decenios de funcionar batante bien, se apoya en este hecho: Dado que el pragmatismo se basa en la convicción de que el contexto de los acontecimientos da lugar a una solución, existe la tendencia a esperar tales acontecimientos. Predomina la creencia de que todo problema se resolverá, si se le enfoca con la suficiente energía. Es por lo tanto inconcebi– ble que la dilación haya de dar como resultado un desastre irreparable. En el peor de los casos se cree se requerirá más tarde un esfuerzo redoblado. Los problemas se fraccionan en sus elementos constituyentes, cada uno de los cuales será tratado por los expertos en la dificultad especial que presentan. Se da poco énfasis y hay poca preocupación por su interrelación. Las cues– tiones técnicas son objeto de una mayor atención y reciben un tratamiento más complejo que las de índole política. Parece todo un programa de optimismo cauto, de clásica tranquilidad americana respaldada por la conciencia del poder contenido y la eficacia tecnocrática. El tradicional pragmatismo yanqui, filosófico, religioso, con– sumista y personal, inspira todas las dimensiones del vivir cívico y político. El pragmatismo -dice Kissinger- «al menos en su forma generalmente aceptada, presta una mayor atención al método que al juicio, o, mejor aún, busca cómo reducir el juicio a una metodología, y, el valor, al conocimiento. Los dos puntales de tal pragmatismo son las dos profesiones, derecho y economía, que «constituyen el núcleo de los grupos rectores» en el país. Nótense en primer lugar las que siguen los abogados -al menos en la con– cepción anglosajona- según las sefiala el mismo Kissinger. Se atienden a las ya poderosas tendencias existentes en la sociedad norteamericana de identificar la política exterior con la solución de las cuestiones inmediatas. Las cuestiones solo se tratan cuando la presión de los acontecimientos im– pone la necesidad de resolverlas. Este proceso se sigue a todos los niveles en la burocracia, sin rehuir el largo plazo, ya que el futuro no posee una con– tinuación en el campo administrativo. No hay propósito absoluto, sino una responsabilidad inmediate y extrema que se exagera, ya que coordina y cuenta con el regateo a la reducción a lo posible y práctico. «Ello explica en parte -aclara Kissinger- la peculiar alternancia de rigidez y de espasmos, de flexibilidad que se advierten en la diplomacia norteamericana». Con ello se logra un fruto nacional y moral: el éxito personal como el burocrático se identifican con llevar a su conclusión la labor impuesta. Los negociadores norteamericanos son «sumamente sensibles a los requerimien– tos tácticos de las mesas de conferencias, a veces a expensas de considera– ciones de plazo más largo», hasta tal punto que «esos negociadores se con– vierten con frecuencia en defensores de la máxima gama de concesiones, su trasfondo legal les impulsa a actuar como mediadores entre Washington y el 252

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