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americanos, que se dispara entre piedad generosa e implaciabilidad resolutiva, en sobresaltos de ideales líricos y brutalidades racionalizadas. Es demasiado simple aceptar al americano medio, «cinematográfico» como un ingenuo contraintelectual o un playboy maquiavélico. Hay algo más humanístico y complejo en el comportamiento del alma norteamericana. Ese algo pueden ser el «sueño» y la planificación, y a la vez el desengaño y el desensuñeo, y sus alternancias, más bien lentas. No en vano Kissinger es estudioso de Bismarck, de quien acepta el con– vencimiento político, pura ascesis ante la contingencia de todo lo humano, de que «la vida es trágica, y el poder parte inevitable de ella, y el caos está siempre a la vuelta de la esquina, si se permite que la pasión política muestre irresponsabilidad en el equilibrio del poder». En el momento actual Kissinger, metido en el cuadro turbulento del paisaje de cada día, no deja de colorear la esperanza y el quehacaer norteamericanos con el gris indudable de la conciencia del riesgo y del error, sin que por ello deje de proclamar, según el dictado de la «herencia» americana, que siempre hay una tarea limpia que realizar, que tiene que ser posible y que se presenta como un deber. A Kissinger le llegó la hora de actuar a la luz del sol -si es que debe hacer sol en las cancillerías- y ofreció un experimento, digno de seguirse hasta el final, sobre cómo coordinan la intelectualidad que enseña, escribe y aconseja, y el ejercicio diplomático de una política a la que sirve ante el mundo. El premio de la Paz que obtuvo le pesó, no tanto por futilidad o desengaño, como por la gravedad de las situaciones. Hace más de seis años hablaba y escribía sobre los tres tipos de liderazgo. El tipo burocrático-pragmático, el tipo ideológico, y el tipo revolucionario-carismático. Fácilmente se comprende a qué estados se refiere cada uno de los dos últimos. El ideológico a Rusia, por ejemplo, y el revolucionario-carismático a Castro, Sukarno y otros jefes de países del tercer mundo y de los no alienados, Estos últimos son sistemas no exentos de interferencias religiosas, filosóficas y sociales como las de liberación, igualidad, justicia social e internacional y cultura. El tipo norteamericano es obviamente el primero, el de la dirección burocrática-pragmática, «A cuyo esquema se aproximan cada vez más grupos rectores de otros países oc– cidentales.» Kissinger da por sentado el siguiente presupuesto del esquema político norteamericano: Moldeado por una sociedad sin cismas sociales fundamentales (al menos hasta que se puso de manifiesto el problema racial) y producto de un medio ambiente en el cual los problemas más visibles han mostrado ser solubles, posee un enfoque «ad hoc» hacia la política, un enfoque pragmático y hasta cierto punto mecánico. 251
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