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La depresión marcó a dos grupos de gentes. Los que eran jóvenes o recién adultos por aquellos días ya nunca pudieron sentirse seguros en su posición social y económica, por pequeña o grande que fuera la fortuna que poseyeran. Jamás se sentirían seguros con sus hijos, que no habían ex– perimentado el horror siniestro de los años treinta. Los que eran niños en la década de la Depresión, pensábamos de mayores que el desastre podría repetirse. Nunca estaríamos seguros ni podríamos relajarnos. El segundo grupo, de los nacidos por los años cuarenta, mientras sus padres estaban en la segunda guerra, que lo puso todo peor, tendrían una especie paralizante de culpa. Sólo sus hijos han podido ya vivir con la cicatriz invisible. Todo se habrá olvidado, pero su impacto en las per– sonalidades y caracteres han permanecido y causado sus consecuencias, por mucho que se repriman. La cicatriz parece haberse enternecido y coloreado. El impacto de Viet– nam y Camboya, de Indochina persistirá, a pesar de cuanto los medios de comunicación la olviden y a pesar de los políticos que se orienten hacia otras empresas. Vietnam quedaría por largo tiempo. Sería barato y fácil ponerle perfiles plateados a la nube de Vietnam. Si algo fue bueno y si algo impor– tante hay que aprender de ella, se lo vamos a dejar a los historiadores del futuro. La cicatriz de Vietnam es perceptible en las mentes, y aún en el orden temporal. Es escándalo, titubeos de confianza y supremacías, nuevas tenta– ciones de predominios, tensamente compartidos, y una manifiesta conscien– cia de que algo supremo americano está en litigio en el mundo. Y todo ello es algo más que economía y política. Y algo menos: fantasmas de ida y vuelta por la historia. POL!TICA Y LIDERAZGO NORTEAMERICANOS, DE KISSINGER Se dice de él que es habilísimo negociador; se le considera dotado de ar– bitrios y efectos como de «mago»; reedición superada, a escala mundial, de Metternich, a quien ha estudiado y considera héroe, no sin rectificaciones; malabarista de recursos y contradiccioes; de todo lo cual se le va haciendo un cierto halo de saboreador de la vida con el discreto atrevimiento de no ocultarlo para estar en boga. Hay quienes lo reducen a un advenedizo opor– tunista sin demasiado misterio. El señor Kissinger indudablemente es per– sonaje. Hace unos años la prensa en Estados Unidos habló de un intento de secuestrarlo. El entonces director del FBI, J. Edgar Hoover ni afirmó ni desmintió. Hasta se pensó en artificio de publicidad. En verdad, Kissinger no lo necesita. Procedente de la universidad, del libro y de la meditación política, llega a consejero presidencial de Nixon. A propósito de esta cola– boración ha dicho Max Lerner: 249
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